El viajero se pierde por las calles
de una ciudad antigua y apacible
que el río Arno atraviesa retratando
casas ocres de grandes ventanales;
ha encontrado una plaza con olivos,
–della pera
o de chiara gambacorti–
llena de puestos, gentes y colores
que mezclan ritos, trajes y costumbres;
parecen no hacer más que estar allí,
que estar allí hasta que la noche llegue,
acompañar el juego de los niños
mientras se apaga el día y las esquinas
esconden el rincón donde me hubiera
gustado entretenerme con sus ojos.
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