El volumen macizo de la iglesia
de Maravillas cuadra las esquinas
de la plaza del Dos de Mayo que
recoge todo el sol de los inviernos
y todos los paseantes –con sus perros–
de Malasaña. Una cerveza al sol
la mañana de un viernes de febrero
cobijado en los bancos de la plaza.
Vida de barrio y de portal, encuentros
en la tienda de abajo y en la esquina,
la suave intrascendencia de la plaza
que ayuda a ser, sencillamente a ser,
mientras que el sol como un perrillo más
a lamernos los pies llega en silencio.
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