Una de las vanidades más simpáticas de los bordeleses es la de las chocolaterías, abundantes, sugerentes, a la altura de las boutiques más refinadas de las calles céntricas ("Cours de l'Intendence"), en donde uno se puede gastar un capital y enfermar de felicidad y chocolate. La variedad de chocolates y de su preparación es sorprendente. Todo comienza, por lo demás, por un olor que impregna los alrededores y sigue por el arte de los escaparates, del que doy buena muestra.
A este viajero hace tiempo que el doctor le dijo que bajara las dosis de azúcar; pero creo que es algo que los médicos tienen la obligación de pedir, como lo de no fumar, hacer deporte y esas cosas. Por otro lado, sabido es que el chocolate es un afrodisiaco, a las veces sustituto o acompañante de otros placeres peor admitidos en las sociedades burguesas, como la de Burdeos, en la que abundan –he aprendido hoy la palabra– los "bobos" ("bourgeois + boheme").
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