He estado durante estos días preparando una reseña –que luego ha sido artículo breve– para enviarlo a Ancia, que me lo había pedido, la revista sobre Blas de Otero; y al releer nuevamente ese oceano poético que es su último libro, el aparecido el año pasado (Hojas de Madrid con la Galerna), he vuelto a quedar deslumbrado. Contiene buena parte de la poesía final, ya que es edición póstuma de su compañera, Sabina de la Cruz. Poesía escrita por tanto desde finales de los años sesenta hasta mediados de los setenta, sobre la que ya he dado variada noticia en este mismo blog.
B. Palermo, Sin título (1971) |
En esta ocasión, sin embargo, he querido profundizar en su significado histórico ampliando mi lectura con la visita a dos exposiciones peculiares: la del Museo de Artes Decorativas, en donde se expone el arte gráfico entre 1939 y 1976; y la del CA Reina Sofía, que han titulado De la Revuelta a la posmodernidad (1962-1982), pues ambas, como se ve por las fechas, nos devuelven modos de actuar que fueron los del poeta con sus palabras, con sus versos.
La primera coincidencia evidente –y así lo señalo en mi reseña– es la de la extensión, la de la libertad, la de la salida a campo abierto en donde se ensayan o se admiten todo tipo de soluciones, sin constricción excesiva. La ironía con la que se destruyen las formas poéticas clásicas, el modo de pasearse por los versos, a veces desnaturalizados, la aceptación de materiales de desecho (fragmentos, canciones, modismos, jergas, noticias de todo tipo, etc.).... que terminan por poner en entredicho las nociones clásicas de autor (¡el autorretrato de Robert Fillou!, que va en la ilustración de arriba), o la relación autor-obra, o la disolución de un cuadro en fragmentos (de papel o del propio marco), etc. son recursos recurrentes en los modos artísticos de aquellos años, que muestran indicios del hastío hacia modelos culturales clásicos. La poesía de Blas de Otero avanza todos esos modos, aunque nunca llega a negar totalmente su actividad–no le dio tiempo. Como tampoco le dio tiempo –a pesar de los numerosos poemas de introspección, a esa absoluta ridiculización y negación del artista, para pasar a crear situaciones nuevas.
Al final, cuando ya estaba atiborrado de referencias culturales y la red se iba haciendo cada vez más espesa, me di cuenta de que la confrontación resultaba descompensada, pues Blas de Otero era una voz –rica, profunda y compleja, pero una voz– y lo que había en las nuevas salas del Reina Sofía o recorría las grafías de la posguerra provenía de muchos artistas, en diversas situaciones y con intereses y determinaciones distantes.
La curiosa muestra del Museo de decoraciones artísticas nos devuelve montones de objetos con los que nos habíamos familiarizado (portadas de discos, anuncios de TV, carteles, logotipos, cubiertas de libros....) Quien escribe estas líneas llegó a padecer (en este caso "padecer", la cubierta es francamente mala, por eso no la reproduzco) incluso uno de esos diseños en sus propias carnes, ya que Alberto Corazón dibujó para Akal una de mis primeras publicaciones (la edición, junto con Alfredo Bellón, del Cancionero de obras de burlas provocantes a risa), un plátano con una base de dos huevos, todo en grises, que yo hube de presentar como uno de mis méritos en oposiciones dominadas por gentes del opus en las que ejercía como secretario del tribunal Víctor García de la Concha. Y no me votaron, claro, porque aunque puse forro a la edición, lo quitaron.
Mi colaboración en Ancia se titula Un calcetín colgando de un alambre, y la ilustración la he obtenido hace una semana en el interior de uno de los edificios ocupados de Madrid, en la calle Santa Isabel.
Don Pablo: materiales de "desecho".
ResponderEliminarPor supuesto, es una ultracorrección. Gracias, anónimo, ya lo he corregido. Todavía no le había dado tiempo a mis correctores usuales, que son algunos alumnos excelentes, a señalarlo.
ResponderEliminar