El doble título de esta "entrada" traduce mi vacilación sobre si hacer dos comentarios separados o uno solo que los englobe, pues mientras preparaba una historieta sobre la arqueología de la Biblioteca Nacional, llena de curiosidades históricas que, en lo que se me alcanza, no se han llegado a reunir así, referidas a la BNE, terminaba de leer la tesis doctoral –dirigida por Mercedes Blanco en París– de Rouached sobre la poesía satírica del Conde, y perseguía los artículos de Flavia G sobre la poesía satírica del Duque. Porque, en efecto, yo suelo trabajar en el pupitre 30 de la sala Cervantes de la BNE, en donde además –a base conciertos, convenios y vocaciones– me reúno todos los lunes con un nutrido grupo de jóvenes investigadores. Y he pensado, leyendo documentación vieja, si por donde yo me siento fue por donde andaban los huertecillos que pertenecieron a los Villamediana y por los que litigaron con la princesa de Asculi; o si las obras que durante aquellos días (1615) sirvieron para renovar la fontanería, transcurren por los mismos lugares por los que se recondujeron las aguas, por la "calle nueva" dice el documento (en AHPM p. 3347), los arroyos, las fuentes antes de inaugurar el convento de los agustinos recoletos; o si coinciden aquellas escalinatas con el boquete que se abrió a cañonazos por los franceses, que lograron entrar en el convento, bayoneta delante, lo saquearon y de ese modo lograron rendir Madrid, rodeando la puerta de Alcalá, que estaba muy bien defendida por patriotas y voluntarios. Años más tarde, los agustinos reclaman que se les devuelvan algunos objetos que se habían quedado en las ruinosas salas del Retiro (la documentación en el Archivo del Palacio Real).
Los franceses primero y la desamortización más tarde acabaron con aquel lugar, que terminó –como es bien sabido– vendido como solar para los negocios inmobiliarios de Mendizábal, en tanto que lo que dentro había se repartió –cundo no se vendió– entre la nueva parroquia de San José (es decir, la vieja de San Hermenegildo, cuya historia he contado en este blog) y los trinitarios, donde se estaba llevando todo (la documentación, en los archivos de la Academia de San Fernando). Los franceses aprovecharon la lección e instalaron en la parte alta (arriba de las actuales escalinatas de los Jerónimos) sus cañones mayores, derribando una serie de casetas (que se aprecian en uno de los cuadros más antiguos del Retiro, el de Leonardo, con estampa en la BNE). No había manera de quitarlos una vez expulsados nuestros vecinos, y tuvo que intervenir el Consejo, el Ayuntamiento, para que los obreros no vaguearan más y se emplearan a fondo para desmontar todos los cañones, "menos uno" (en este caso los documentos se encuentran en el Archivo Municipal de Madrid), que apuntaba directamente a mi pupitre número 30 de la sala Cervantes. Tardó en quitarse, por cierto.
Los Jerónimos, hoy, con el anexo del Museo del Prado |
Los agustinos recoletos |
Es posible, por lo demás, seguir la historia de las posesiones del Conde, casi todas embargadas a su muerte o vendidas en almoneda –las más valiosas se las llevó el Príncipe de Gales y andan hoy en el Museo Wellington, que lamentablemente –eso me dicen– no conserva un inventario, pero hay que seguirlo buscando. Y es posible seguir con su otra posesión, la gran casa que se situaba bastante cerca –enfrente– de San Felipe el Real, en el arranque de la calle Mayor, dando paso a un callejón, vaya por dios, donde estaba la mancebía. Lo que hay allí, en el solar de los otros agustinos, los calzados, los de fray Luis de León (que allí estuvo el año de su muerte, en 1591) ahora son las "casas del Cordero", las primeras viviendas que hoy llamaríamos "de lujo", para la burguesía madrileña decimonónica.
alzado de las casas del Cordero |
Recuperemos la arqueología de la BNE, sin embargo. Exhumando viejos grabados o referencias literarias e históricas (sobre todo relaciones) es posible hacerse una idea de cómo se ordenaba aquel espacio antes de que los agustinos plantaran su enorme convento, con huertas alrededor (véase el plano de Texeira, que como es de mediados de siglo XVII, ya lo recoge todo) sobre todo en el este y al sur, lo que les permitía vender frutas, verduras y su propio vino a los madrileños, cosa que se sabe, entre otras cosas, por los permisos que solicitan al Concejo para poderlo hacer, como otros conventos, y como hacía la casa real con los productos de la Casa de Campo y, algo más tarde, al final de la década de los treinta (de 1630) con los productos de las huertas del Buen Retiro, y que no eran solo agrícolas (también se vendían aves, conejos, huevos....)
La vieja iglesia (y convento) carmelita de San Hermenegildo |
El hecho de que el convento se inaugurara en 1620 –y que lo contará en un epítome Quevedo, el dedicado a Tomás de Villanueva– no quiere decir que se hubiera terminado todo; al contrario, la tradición de El Escorial permitía continuar por decenas y aun por siglos. Por ejemplo en 1655, los maestros Mateo Baez y Gil López se obligan a construir una enorme reja de cinco pies de largo y veinticinco de largo, más un púlpito "como el del hospital de los escoceses" para el convento (AHPM, p. 6357).
Otra historia distinta que converge con la sucintamente apuntada arriba es la que involucra, más tarde, al MAN (Museo Arqueológico Nacional), con la BNE. Si me da tiempo, haremos un recorrido de lo más importante.
Ojalá que el tricentenario –fastos, supongo– tenga una parte de recuperación y consolidación de nuestro patrimonio histórico y bibliográfico, y también de nuestro conocimiento de esos dos aspectos. Termino con la visión de ese mismo espacio (cuadro de Joli que se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, del s. XIX) no sin recordar que uno de los más famosos cuadros de Antonio López reproduce, como se sabe, el arranque de la Gran Vía con la Iglesia de San José en el centro. Véase en http:
http://hanganadolosmalos.blogspot.com/2011/09/madrid-historico-indices-matices-y.html
Dos miradas en dirección opuesta.
Dos miradas en dirección opuesta.
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