No sé hasta cuándo podré
mantener esta frase sin que se termine, usando con habilidad y sentido del equilibrio mi competencia lingüística, encarrilada adecuadamente mientras
sorteo cadencias rítmicas que anuncian sabe dios qué final de oración,
menudeando comas y otros signos para enhebrar cada vez, con voces y escorzos
sintácticos nuevos, impulsos que intenten alcanzar, matizar o, simplemente,
decir lo que desde el primer verso se quiso dejar bien claro, pero que bien
claro, a pesar de que, por necesidades del código y de otras condiciones históricas
y sociales, harto estudiadas por los hacedores de sistemas de pensamiento, se
preludiaba claramente la frustración, acentuada, si cabe, porque desde el ámbito
de las competencias y de las experiencias tampoco se ayuda demasiado, que
digamos, a la concentración de la inteligencia, sino que, muy a su contrario, inocula
a quien hubiera querido equilibro, sensatez, clarividencia dosis irregulares de
emoción, perturbación, enajenación y sus etcéteras, ya que ni siquiera parece
que se pueda nombrar ajustadamente todo ello, ni tanto menos el proceso en el
que se inscribe, que a su vez, guarda relación indudable con –y detrás de ese con se expande un universo, que es con lo que hubiera debido
comenzar est nota, que ya no sé a dónde me lleva, y que precisamente no he
querido comenzar a partir de infinitos, porque no sé si se sale del mar, lo que
es seguro es que al mar se llega, y ahí es la confusión, el pánico, la
dilatación del espíritu hacia el vértigo que nos imanta de la belleza o de la negación,
que por eso precisamente se pasa uno el tiempo sorteando tópicos, decanos y
colegas, lugares inhóspitos y se cae en una marea de versos, que tendrán que
digerirse en pequeñas dosis, sobre todo ahora que los científicos –biólogos,
astrónomos, físicos….–, en un alarde poético sin precedentes, han ampliado el
campo de la ignorancia para que estemos seguros de que nunca sabremos nada de
nada, y nos hablan ya por trillones de trillones de eras remotas para conjugar
tiempo y espacio en un dictum que no
cabe en nuestra pobre inteligencia, mira usted cómo va a caber entonces en un
verso, así sea de los anualmente premiados, de los recordados o de los cantados
a modo de nana durante unos segundos, antes de que todo se haga oscuro para que
deje de llorar quien no puede decir lo que sabe y piensa, porque por su cabeza
solo pasa lo que nunca sabremos; y así es que el lazo que he tendido para
recoger en unas palabras lo, he aquí que no, que no se me ha perdido, pues aquí
lo tengo, pero ya no veo dónde llega y dónde sigue con sus bucles caprichosos e
infinitos, mientras acudo a la gramática que me enseñaron mis maestros del
instituto para dominar el verbo que, tantas veces, es lo poco que entre las
manos tenemos, sea verbo puro sea canción sea improperio invocación grito, sean
todos los sinónimos en donde se cruzan ignorancia pasión melancolia tristeza
ansiedad desdén refugio, diccionarios sin cuento que ni el corde –ampliamente
superado por google books—se siente ya capaz de recoger aun cuando al manoseo
de las fichas haya sucedido el baile de los dedos sobre las teclas y a esos
prestidigitadores no les quede en su magín más que una procesión de hormigas
descarnadas que cuando alcanzan su pensamiento se vuelve sobre ellas mismas y
repiten el vacío, porque nada significa si no es en las telas del corazón o en rocío
de los prados, es decir, en los lugares en donde se excitan los lagrimales,
allí hasta donde una palabra alcanza o sobrevenir a una historia, porque….
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