Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 16 de mayo de 2012

Bibliotecas de Florencia, la Riccardiana


Ponte vechio (Florencia), al atardecer de mayo
Uno siempre va a las bibliotecas con fondo antiguo a lo que pille, aunque lleve referencias de ejemplares que quisiera ver directamente, es decir, más o menos conocidos. Para Florencia llevaba una abultada cartera de referencias y cuatro bibliotecas, entre las cuales la nacional central era la más importante, pero también la Riccardiana, Marucelliana y Medicea Laurentiana. Como consultas, la edición que siempre se ha dicho que es autógrafa de El cardenal de Belén, de Lope; un manuscrito de la Doctrina moral, de Quevedo; dos o tres cancioneros poéticos y varias cartas náuticas y portulanos del Mediterráneo en la época de Quevedo. Pero también, lo que se pille. 
Se pilla poco porque esos riquísimos fondos guardan sin catalogar los manuscritos: hay que acudir a los viejos mamotretos de inventarios, fondos, etc. y bucear en ellos y pedir un poco a la buena de dios: he visto relaciones, epistolarios, mucha poesía italiana, muchos panfletos políticos.... Cuando la tarea no me traía nada interesante, entonces buscaba el manuscrito seguro, pues he trabajado solo con manuscritos. Los resultados han sido irregulares, como diré. Ya hice referencia a la BNF (la Biblioteca Nacional, riquísima).
La biblioteca Ricardiana está en obras, lo que me ha permitido perderme entre escaleras, salas, conserjes y controles hasta llegar al corazón intelectual del palacio, una preciosa sala rectangular en donde trabajaban presuntos bibliotecarios y de la que fui amablemente conducido a otra menos brillante, pero más rococó, con lámparas de araña, mascarones en las paredes y mobiliario antiguo. No hubo mucha suerte con los catálogos, pues las solícitas bibliotecarias ni siquiera supieron mostrarme el catálogo de Teresa Cacho Blecua sobre manuscritos españoles en bibliotecas florentinas, de manera que me sumergí en los libracos viejos –inventarios, anotaciones, cuadernos…– y bucee en la selva de manuscritos, de los que solicité al azar unos cuantos, los que presumiblemente podría ver hasta las 14, hora de cierre: cartas, relaciones, comentarios sobre el virrey Osuna, noticias que venían de la corte madrileña…. y algunos cancioneros, en los que enfrasqué, finalmente, pues eran los dos que más me interesaban, citados en el catálogo aludido, pero tampoco sé si estudiados o analizados con más detalle, pues la dirección  en la red que me dieron y que abre el sitio de la biblioteca también nos pide varios perdones al no poder suministrar la información que se le requiere y que al parecer suministra. Si así fuera y esta entrada no envejece mucho, añadiré esa información cuando la tenga, pues las ilustraciones –las capitales iluminadas con acuarelas– no hay otro modo de reproducirlas.

Biblioteca Riccardiana (Florencia)
Es muy diferente, desde luego, ver una ficha a tener en las manos esa maravilla que es el manuscrito formado o poseído por Francisco Céspedes, uno de los que quería ver: no he tenido tiempo de ir más allá en busca de datos sobre el poseedor; pero el manuscrito dice mucho sobre otras cosas. Se encomendó su confección desde luego a algún copista profesional, quien hubo de diseñar la portada –la esbozó, está sin terminar– y comenzó a copiar primorosamente las poesías. Quien eligió la antología lo hizo con gusto y conocimiento: todo lo que allí aparece es poesía de gran calidad, escogida en la selva poética de las dos últimas décadas del siglo XVI, que es hacia donde apuntan todos los versos. No se desdeña el viejo sabor petrarquista, asentado y esencializado, ni las escondidas novedades de los mejores escritores –tal fray Luis de León–, ni cierta concesión o conocimiento de los poetas que anduvieron por Italia (Figueroa). Es una pena, como dije, que no se completara. Y una pena que no pueda reproducir las capitales adornadas con miniaturas preciosas, ya que aunque el ms se dice que está on line, yo solo he encontrado esta advertencia:


Quedaron las páginas del cuaderno, las más, en blanco, y se comenzaron a completar con una especie de pequeña poliantea de inclinaciones poéticas, también incompleta.
Para que aun sea más valioso, una hoja desplegable, al final informa a Raymond Quenau de cómo construir Cent mille milliardss de Poèmes (1961) un millón de sonetos, a partir de unas pocas recurrencias que se combinan matemáticamente, como el viejo cuento del grano de trigo en los escaques del ajedrez. Este año se ha celebrado en España el ingenio de Quenau con una lujosa publicación para regalar en Navidad; en tanto mi antiguo y bien amado discípulo, luego colega, Pablo Moíño, no termine y publique su trabajo –sea como trompetas académicas del juicio final, sea como aventura intelectual–, bien está que remachemos el valor de estos logro históricos viejos, creo que de mediados de siglo XVI, pues uno de los juegos es a la muerte del Emperador, para hacer justicia a la historia, sobre todo en estos tiempos de miseria en los que la justicia anda por los andurriales de las sentinas o envuelta en monis.

El desplegable del f. 275 con que termina este ms. 3358 se abre con una quintilla y una redondilla, que explican:

Al derecho y al revés
a la larga y por delante
a la morisca y través
tomando dos y tres pies
donde hubiere consonante

Son veintycinco y no más
si de repente las cuentas
si las cuentas por compás
son quince mil quinientas.

Y siguen luego las 25 estrofas, que terminan con otro juego léxico similar y que, en efecto, permite leer de quince mil quinientas maneras.
Otro manuscrito muy valioso de la misma biblioteca es el 3358, más rico y complejo que el anterior, menos selecto (empieza con la carta del bachiller de la Arcadia y recoge multitud de poesía de calidad, entre la que me llama la atención una copia completa de las versiones luisianas de las églogas de Virgilio; llega hasta el primer Lope y el primer Góngora).
Para el lector que haya llegado cansado hasta aquí, le ofrezco una copa de vino aromático: esta flor del jardín de mis amigos pisanos, que huele como una copa de vino tinto.





1 comentario:

  1. ¿Qué huele como una copa de vino tinto?, pues qué rica, a ver si escribe cuál es y comprobar si eso es verdad. Tomar vino tinto con la fragancia cerca de la flor debe de ser algo cercano al paraíso.
    La foto es preciosa y la de la "reunión de departamento" imponente.

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