Llamo "chopin" a todo lo que me gusta; fue una decisión definitiva que se apoderó de mi voluntad hace tiempo y, desde entonces, la tomo en mi vida privada para, digamos, asuntos internos, de manera que chopin es el momento en el que entro en el mar, un amanecer imposible de retener, la dama de ojos melancólicos que se pierde entre la gente después de pasar por mi lado, unos versos contenidos de ana gorría, un estudio de chopin, un largo beso a la chinita de mis sueños, quizá un plato de natillas muy frías, la contemplación demorada de una peonía que se vence por su propio esplendor, los ojos de marisa cuando se van al rincón de la timidez, el momento final de una lectura que no quería que se acabara, las manos que se hunden en la tierra para encontrar una raíz que voy a dividir, la maravillosa coincidencia de subir en el ascensor con mi vecina de abajo, la voz que quería que dijera mi nombre cuando lo dice.... y así, sin parar, durante millones de chopines. También Chopin es chopin.
Todo lo que es chopin tiene un no sé qué de placer físico, lo reconozco, participa de esa mezcla que genera la melancolía de la raza humana, el quicio en el que se unen deseo y ternura y ninguna de las dos pulsiones alcanza la plenitud sin el concurso de la otra. Animales metafísicos.
Hoy Brillant –la mejor casa discográfica del mundo– ha vuelto a hacer una de las suyas: la anterior fue todas la obras de Brahms (por cuarenta euros más de cuarenta cedés); hoy ha sido "La integral" de las obras de Chopin en 31 cd, por unos treinta y cinco euros (Brahms salía a 0,90 céntimos el disco), y habida cuenta de los 40.000 millones de euros que nos ha pedido Bankia para regenerarse (¿qué irán a hacer con tanto dinero, si Chopin solo vale 35 y la barra de pan ha bajado a sesenta céntimos?), y de que a la Merkel es seguro que no le gusta chopin, he resuelto embarcarme en la compra, a final de mes, del estuche con todo Chopin, a pesar de que ya tengo algunas colecciones más de "completas", algunas francamente buenos. Y diré por qué: no por no invertir en Bankia esos euros, ni por silvar el himno nacional en un partido de fútbol entre vascos y catalanes, ni por tomar gibraltar al asalto con barcas de pescadores, ni sobre todo por si acaso esta noche ganamos en eurovisión con nuestros gritos.... No, no, es algo menos perentorio y más sencillo: el estuche de Brillant es excesivo para Chopin; en mi edición de Samson o de Askhenazy ocupa solo trece o catorce discos.... ¿entonces? Brillant incluye una docena de discos históricos con versiones de Moiseiwitsch, Simon Barere, Godowsky, Brailowsky, Moritz Rosenthal, Anatole Kitain, Edward Kilenyi, Raoul Pugno, etc. que se unen a las –más irregulares– de la integral misma.
Calculo que he de estar dos o tres días, sin dormir, para escuchar todo. Y lo voy a intentar. Que alguien recoja mis pedazos. Y que lleven mis cenizas al cementerio romántico de Madrid. Y en mi entierro, que se arrepientan de no haberme amado françoise hardy, beatriz montañés, noemí, el decano, gabilondo, jean seberg, mi jefe de departamento, natalie, gema, la vecina, la panadera, isabel de portugal (la que pintó Tiziano), dominique derrene....
Va chopin asociado a armónicos de romanticismo, e históricamente esa es su época y su condición, aunque, dicen sus biógrafos, que no fue ni especialmente afortunado con las damas, ni su pasión amorosa asomaba a su vida –algo así como le ocurriría al más sensual de nuestros compositores cien años más tarde: a Falla. ¿Romanticismo? Puede que ocurra con chopin lo que con las Rimas de Bécquer. Dos modos de decir –el musical y el poético– se asomaron a ese lugar íntimo de la condición humana en donde se juega una de las partidas de la vida. Y en ambos casos alcanzaron a actuar convincentemente –música y poesía. Voy a añadir algo, sin embargo, que no suelo ver explicado casi nunca. Chopin –no soy experto en música– produjo su obra mediante un esfuerzo técnico que logró nuevos modos de expresión, basta con escuchar repertorios anteriores, como el de Clementi o el de Field; los musicólogos lo habrán establecido. El esfuerzo técnico de Bécquer al componer sus Rimas –El libro de los gorriones– es la aventura métrica más rica y compleja de toda la historia de nuestra poesía desde Garcilaso al menos. Una entrada en el taller de versos de ese libro revela innovaciones, atrevimientos, logros, variaciones, etc. que quedan escondidas en el andamiaje de cada poema, pero que el lector recibe y agradece, sin saber exactamente qué milagro ha ocurrido.
Tengo la esperanza de que mi buena alumna Tibi, a quien tanto quiero, después de haberse enamorado de la poesía de Antonio Carvajal, preparada esté para emprender una tesis sobre el taller de las Rimas becquerianas.
Peonía, botánico de Madrid |
Los viejos discos viene con mucho ruido de fondo, desde luego, pero la versión (1948) de Simon Barere del nocturno op. 27, 2, saltando entre silencios, o la de Raoul Pugno de op 15/2, la más lenta que jamás haya oído, me van a dejar con la tarde en vilo....
¡Viva Grecia!
¡Viva Grecia!
WOW!
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