Patio de la universidad |
Palacio Fonseca |
Después de pasear por el
Palacio de Fonseca cualquier claustro podría desmerecer, al lado de aquella perfección
artística, armonía de piedra para recoger el frío; sin embargo, cuando de
mañana recobré el itinerario me di cuenta de que, como las personas, los
claustros tienen su carácter, y pueden conservar el encanto de la
irregularidad, de la pequeñez, del espacio que acotan o hasta de la historia que
evocan.
Las ursulinas |
Palacio Salinas |
En el patio de escuelas había una exposición fotográfica
sobre Unamuno; en el patio –igual que un claustro– de la Universidad había que
buscar una perspectiva que no se afeara con los arreglos de la catedral, cuya
torre mayor esta rodeada de andamios. No pude entrar a los jesuitas –había
colas, turnos y problemas– de manera que
me fui directamente a lo dos predilectos: el de los dominicos, San Esteban; y el
de las dominicas, enfrente, a todas luces el más coqueto y maravilloso claustro
entre los caprichosos que no se quisieron conformar con trazados geométricos
perfectos. La gira terminó con el patio del palacio Salinas (diputación, hoy),
otra maravilla, reconstruida, de patio irregular. Entre unos y otros, algunas
muestras más de camino, a veces aderezadas con la gracia de las monjitas (no he
visto monjes, de verdad), que lo enseñan o lo guardan. Ya en las ursulinas, muy
de mañana, empezó la conversación:
San Esteban |
–Y usted, ¿es madre o hermana?
– Hermana.
– ¿Y cuál es su gracia?
– Soy la hermana Teresita.... Le regalo la estampa de la
Virgen de la Leche, mire.
La hermana Teresita lleva el museo de las Ursulinas (en
realidad son clarisas), en donde hay toda una serie de cuadros de Juan de
Borgoña, entre otras perlas, y un catafalco en el altar mayor, de los Fonsecas.
Albas, Fonsecas, Manriques, Maldonados.... se reparten la
historia de Salamanca, sobre un telón de fondo de todas las órdenes religiosas, de inmenso poder y riqueza. El viajero ha ido a ver manuscritos y, entre otros, ha echado el ojo a las ácidas polémicas entre dominicos y jesuitas a propósito de la evangelización de China (entre 1635 y 1646), que se conservan en dos tochos. No sé si por el acicate de que esos son los años finales de Quevedo, que se carteó con los jesuitas (con el padre Pimentel, por ejemplo) en tanto que dejaba escrito en su testamento que le enterraran en el convento dominico de Santo Domingo el Real de Madrid. O por el acicate y la querencia de mis buenos alumnos chinos, que este año son la mitad de un "máster" en la universidad en la que padezco.
–No me consigo quitar el acento....
– ¿Y para qué se lo va a quitar, hermana, si es más bonito
así? ¿Y ya no llevan cofia?
En cuanto se mete el sol viene el frío. La luz ámbar de las
farolas decora calles y alumbra la neblina. Todos los declives conducen a la melancolía, también el de esta ciudad, cada vez que pinta unas puestas de sol asombrosas al otro lado del Tormes.
El claustro del Fonseca, de noche, impone cierto respeto.
Dominicas |
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