Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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sábado, 5 de enero de 2013

Callejear (III). El amor histórico y el regaliz


Callejear por ciudad nueva, un verdadero placer, sobre todo si la ciudad está viva, como me ha ocurrido hoy, cuando la he paseado al anochecer.
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Una verdadera sorpresa ha sido que al ir a ver la catedral de esta ciudad se me apareciera Isabel de Portugal, tal y como la esculpió Pompeo Leone, en medio de una plaza, es decir mirando la gente que callejeaba en busca de rebajas: quinientos años llevo enamorado de ella, desde que la pintó Tiziano, y ahora resulta que Carlos V la nombró señora de Albacete y que, como tal, preside una de sus plazas centrales. El amor puede aparecer en cualquier lado. 
La ciudad no tiene mucha historia aparente (¿mejor en Hellín?), pero si vocación modernista en muchos de sus edificios del centro y una catedral que hubo de ser destruida, pues conserva pilares, arcos, muros, detalles de su antigüedad, remodelada completamente. 
Callejear una ciudad que se conoce poco es un verdadero placer, y el paseante no sabe casi nunca a qué carta quedarse, lo que le permite preguntar a los agentes y a las gentes y regodearse también con su acento, con su modo de hablar, un castellano cantarín, que termina las frases con entonación subida. 
Es cierto que en cualquier tienda de cuchillos uno aprende el medio centenar de tijeras –por ejemplo– posibles, cada una con su figura y su función (dedos, manos, pies, nariz, orejas....), despliegue inaudito y delicioso que, la verdad, no se suele ver en otras ciudades. El paseante no quiso entrar en un museo del cuchillo –frente a la catedral– porque le pareció un exceso y, además, quería ir a una feria de "artesanos", aunque la mayoría resultaron ser simpáticos hispanoamericanos venidos a orfebres, tratantes en jabones, fabricantes de pertrechos para escribir, etc. 

En realidad, lo que más me interesó fue volver a encontrar un puesto callejero con regaliz auténtico, es decir, con los palos del paladul, que se vendían según grosor, los pequeños dos por un euro. Naturalmente que los he comprado y los he masticado mientras fotografiaba el casino, algunos bancos, la sede de los arquitectos, el hotel central y otros edificios en los que, como dije, Albacete se decoró con vocación modernista, en algunos casos casi barroca. 



Cuando cae la noche, cae la temperatura bajo cero, y hay que andar deprisa, echando vaho por la boca, enrollándose en una buena bufanda y envidiando tascas y restaurantes, en los que se ha refugiado la gente. Inviernos y veranos son aquí continentales, es decir, radicales: puede variar la temperatura fácilmente cincuenta grados: de los cuarenta del verano a los diez bajo cero del invierno.


Isabel de Portugal, señora de Albacete, desde hace medio milenio, tan hermosa.



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