Este rapsoda va a reiniciar sus paseos por el Madrid histórico; de hecho tiene ya organizada la entrada que tratará de San Ginés, una de las viejas parroquias de Madrid (data de finales del s. XIV, probablemente); pero tiene tanta documentación acumulada que necesita dos cosas: pasear nuevamente el San Ginés de hoy, que no es exactamente el mismo que el viejo –el que luce la lápida de Quevedo, Lope y el padre Victoria–; y filtrar y resumir la documentación de archivo, a ser posible contrastándola con la de la propia parroquia, que no he podido todavía encontrar abierto.
En el entretanto, vaya un homenaje discreto a ese otro Madrid, el nuevo, un madrid que yo he alcanzado ya a ver de niño, de adolescente, empezando por el de Cuatro Caminos hacia arriba (metros de "Alvarado, Estrecho Tetuán....")
Siempre me ha emocionado bajar desde la plaza Castilla a Cuatro Caminos por Bravo Murillo, la arteria más sugestiva de Madrid, del viejo Madrid obrero, que ahora se ha convertido en el Madrid universal y popular. Y al llegar a Cuatro Caminos –liberado del horroroso escalestrix que le afeó durante treinta años– contemplar el cruce con Reina Victoria, el bulevar que baja hacia la universidad, por donde el sol se acuesta, como en esta foto tomada apenas hace un par de días, que me recuerda los cielos encendidos, cuando vivía allí, en la calle Doctor Santero, con las ventanas dando a las cocheras: adolescencia penosa y solitaria –venía de provincias– que entretenía yendo en tranvía al Instituto Cervantes o mirando desde lejos, en otoño, a la castañera que se ponía en la glorieta, de la que estábamos enamorados todos los hermanos, supongo que todo el barrio.
Anochecer en Cuatro Caminos |
No voy a contar historias viejas; solo la nueva cuando ahora recorro esa calle empinada, torcida, irregular en la que se han instalado todas las razas y pueblos que los sistemas europeos arrinconan hacia la miseria: magrebíes, africanos, orientales, occidentales....; en la que han ido abriendo tiendas, negocios y voces, entre las que también suenan las de la lengua española llena de matices, en algunos casos mayoritariamente, quizá porque buscan formar pequeñas colonias o porque se llaman unos a otros y comienzan por instalarse cerca de lo que ya conocen, la solidaridad de la pobreza, el instinto de saber que –aunque de distintas razas y pueblos– pertenecen a una misma clase, la de los ignorados.
La experiencia inyecta un chorro de frescura vital. No cabe mayor belleza, mayor sensación de vida que la de recorrer esa larga calle mirando todo, oyendo todo, entrando en las tiendas, curioseando las ropas, asombrándose con los niños –muchos, muchos– disfrutando de la energía de la condición humana, escuchando los corrillos de las pocas plazoletas que dejan los ensanches de la calle, hablando con dependientes, aprendiendo convivencia.... A lo mejor consiguen desequilibrar a esta vieja raza gastada, mohosa y aburrida, que se ahoga con nada y se ha instalado en la envidia, la holgazanería y el fútbol. Probablemente resisten a duras penas esto que se llama la crisis, es decir, la acumulación salvaje del capital, apoyados en los clanes, las tribus, quizá en una especie de solidaridad racial o sabe dios si de barrio.
Se defenderán como pueden. Entre Valdeaceras y Cuatro Caminos me han entregado al menos una decena de papeles con anuncios, muchos de ellos los de "Compro Oro", otros tantos para que entre a comer o a tomar algo en algún bar, también sé y lo he visto que es abundante la "oferta" de servicios personales –vamos a llamarlos así– por el modesto precio que cuestan unos zapatos. Y quien no puede vender o comprar esos favores vende o adquiere la magia de las palabras y adivinanzas, los ritos, como esa serie de "profesores" que distribuyen su oferta al pasar por delante de los capuchinos o por delante del mercado. El rapsoda que escribe en este blog podría contar que ha probado todo –sí, todo– y que en cada ocasión ha encontrado de qué maravillarse; pero que no lo va a hacer, porque hay gente que no lo entendería cabalmente, aunque en todos los casos ha encontrado cualidades, razones, engaños, etc.
Donde mejor se aprecia tanta riqueza es en algunos supermercados –incluso de cadenas conocidas– que han empezado a abrir secciones de comida "china", "árabe", "peruana", "cubana", "rumana".... y donde mayor confluencia se observa en esos dos lugares que he citado antes: la vieja iglesia de los capuchinos, que hace cincuenta años era refugio de "rojos", y el mercado.
Este también es Madrid, histórico, de la historia actual.
Me ha gustado mucho esta entrada y me he emocionado.
ResponderEliminarEstá bien verle la cara amable y enriquecedora de la emigración que tan bien has mostrado.
Hay otras caras, no tan bonitas, pero mejor mirar a ésta.
Bicos.
También me encantó esta entrada y espero las siguientes que se prometen. Me gustó la posibilidad de poder andar sin ataduras y a tu tiempo viendo todo como un explorador de los barrios. Esos gustos que a veces solo se logran en la soledad.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarJulia, recuerdo haber recorrido así –hace mucho tiempo– barrios de Buenos Aires, y que no es lo mismo hacerlo en el lugar que conoces desde otras perspectivas; y en otras ciudades en las que he deambulado –París, Nápoles....– en donde la lejanía, el no es lo mismo, viene también de la extrañeza de la lengua ajena. Por eso quizá madrid me resulta más próximo, más cerca para entender lo que haya de entenderse.
La foto tiene una luz tan bonita, tan de meseta, que hasta cuesta creer que se haya hecho en Cuatro Caminos. Cuando uno mira bien a través del objetivo, cuando se sabe mirar, todo acaba siendo bonito.
ResponderEliminarEsta tomada desde el arranque de la calle Raimundo Fernández Villaverde, intentando sacar mucho cielo y no tanto el tráfago de coches.
ResponderEliminarGracias