Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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viernes, 9 de noviembre de 2012

Versos compuestos y juegos de frontera (Métrica)

Es difícil encontrar en los tratados de métrica la razón por la que el verso español se parte en dos hemistiquios cuando sobrepasa las nueve sílabas; incluso es difícil saber si en el de diez sílabas ocurre ya esa ruptura, cuando hemos aceptado sin rechistar que el verso de once es el verso mas largo que la versificación española permite sin cesura ni componentes hemistiquiales.

De lo primero que hay que partir es de que el hemistiquio no se produce cada vez que pausamos o cambiamos ritmo (con cadencia final), cosa que uno puede realizar caprichosamente cada palabra o cada sintagma. No. Se produce verso o hemistiquio cuando se dan las condiciones para que así sea: un descenso después del último acento del sintagma, que no considera las sílabas excedentes y que incluso puede compensarlas con sílabas (de palabras) de otros versos o hemistiquios; se trata de los famosos finales en aguda, llana o esdrújula (no sobra sílaba, sobra una o sobran dos), después de los cuales se sabe, si la pronunciación los iguala, que termina el verso o el hemistiquio. Por tanto depende de su estructura rítmica y esta, a su vez, del tipo y lugar de los acentos rítmicos.

Esa particularidad puede venir forzada por el versificador, como en los casos del primer Juan Ramón Jiménez; o como le gustaba hacer a Unamuno para inventarse versos y ritmos, a veces con poca fortuna. En realidad el verso de diez adopta esa posibilidad hemistiquial cuando los acentos van en cuarta y novena, entonces se rompe en un verso hemistiquial de 5+5, y puede que el buen versificador, atento a lo que suena, juegue en la frontera de los hemistiquios, por ejemplo a que el primero termine en aguda oooó + oooóo, o que lo hagan los dos: el resultado de esos dos versos es, para el que no esté atento, el de un octosílabo y un eneasílabo, no el de dos decasílabos. Aun más puede el versificador jugar en la frontera, haciendo que se produzcan hiatos, sinalefas o compensaciones muy variados en el lugar fronterizo donde un hemistiquio termina y otro empieza.

Como no me gusta la teoría descarnada, van algunos ejemplos; el primero es harto conocido y se suele medir mal, claro (puede verse mal medido en El rincón del vago, por ejemplo), es una de las más famosas rimas de Bécquer, a pesar de que señala claramente su carácter hemistiquial con ese quiebro a pentasílabos:

Cendal flotante de leve bruma, 
rizada cinta de blanca espuma, 
rumor sonoro 
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz, 
eso eres tú. 

¡Tú, sombra aérea, que cuantas veces 
voy a tocarte, te desvaneces, 
como la llama, como el sonido, 
como la niebla, como el gemido 
del lago azul!
......................
Facsímil original (de ese fragmento) que se encuentra en la BNE

En épocas tempranas –tempranas en la gimnasia de los versos– no se encuentran muchas osadías en la forntera: aquí no hay compensaciones, por ejemplo; como las que utilizarán Rubén Darío o Juan Ramón. En mi métrica se encontrarán ejemplos de todo tipo.

Si del verso menor –el decasílabo– pasamos a verso mayores, cuya composición es más compleja,  las posibilidades rítmicas se acrecientan, como si de un tejido más difícil se tratara, ya que los versos llamados de arte mayor pueden adoptar estructuras diversas, según la posición y calidad de estos ritmos. Un dodecasílabo puede romperse en  6+6, pero también en 5+7, 7+5 o las más extrañas de 4+8, 8+4, etc. cuya rareza obedece también a cuestiones rítmicas que se pueden analizar. El caso del tridecasílabo es, en razón de esta estructura, el de un verso alejandrino, de catorce sílabas, disfrazado; y así lo he estudiado en otro lugar, disfrazado casi siempre (excepto cuando lleva acento en quinta). Y el caso del alejandrino es el más clásico, en el sentido de que casi siempre rompe 7+7 es forma consagrada en nuestra tradición poética moderna, si se exceptúan los casos singulares de Pedro de Espinosa (s. XVII) u ocasionales de La Pícara Justina, entre otros menos conocidos.

Página del Cancionero (póstumo) de Unamuno, con marcas métricas
Unamuno, tan quisquilloso en todas estas materias, ejemplificaba en una carta de 1907, cuando empezó a publicar poesía, a Vaz Ferreira, que se había dado cuenta de las posibilidades combinatorias a las que estamos aludiendo, y las aplicaba a los endecasílabos, que él llamaba "compuestos" y que combinaba a modo de silvas con heptasílabos y pentasílabos. Yo creo que no se había dado cuenta de todo lo que había venido musicando, con mayor frescura, Juan Ramón Jiménez (sobre todo en Rimas, de 1902). La métrica de Juan Ramón Jiménez y, sobre todo, la de Unamuno, están sin estudiar en su conjunto y evolución.

El advenimiento del suntuoso alejandrino introduce posibilidades nuevas, que esta vez sí se explotaron, porque se asentaban en un ritmo muy natural y fresco: el de los heptasíalbos. Para los alejandrinos remitimos a otra entrada.

2 comentarios:

  1. Justo pensaba preguntarte por esto el lunes antes de saber que estabas en Granada, pero en alejandrinos. ¿Reciben algún nombre especial cuando el hemistiquio en aguda suma? Me los estoy encontrando hasta en la sopa y empiezo a practicarlos.

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