Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Biblioteca del Senado (Madrid)


Es arduo consultar alguna de las grandes bibliotecas que contienen nuestro patrimonio documental o bibliográfico cuando se encuentra en una institución viva de acceso restringido; la buena voluntad de ujieres y funcionarios puede paliar esa situación. La segunda barrera concierne ya más a los sistemas de información para el investigador. Por ejemplo, la mayoría de estas bibliotecas se están catalogando o digitalizando con sistemas abiertos: uno busca o pide lo que desearía encontrar (en Absys, por ejemplo), pero si el investigador quiere calibrar el contenido general de lo que tiene e incluso ver directamente las piezas que le interesarían no puede hacerlo, y esas obras y ese contenido se quedarán sumidos en el rincón de los secretos. Es algo que pocos ujieres pueden entender; hay que engañarles para que te dejen entrar y sugerir que quieres buscar algo concreto, con el riesgo de que te digan que "eso no está".
Entrar a través de la catalogación es presumir que los catálogos son completos, han sido bien confeccionados y que han sido revisados por expertos, lo cual ya no es cierto en ningún caso –ni siquiera el de la Biblioteca Nacional– y me temo que ya no lo será nunca. 
Por esas razones el investigador necesita acudir a fichas y catálogos viejos, a libros de procedencias, a legajos administrativos.... hasta terminar por solicitar piezas que prefiere ver directamente, para dictaminar realmente si aquellos autógrafos son o no de Jovellanos, si la carta de Felipe II a Diego Hurtado de Mendoza (en 1566) es autógrafa, oficial o simple copia; si se conservan allí las cosas que cita Diego Medrano y Treviño o las de Santiago Agustín y Riol (¡tan importantes, ¡en 1726!); etc. 

Papeles de la colección Gómez Arteche
Particularmente interesante era para mí saber qué fondos de Osuna han ido a parar a aquellos plúteos, cosa que conozco, entre otras razones, por los informes de Menéndez Pelayo cuando se vendieron los bienes de la casa Osuna; la catalogación, en este caso, ofrece una herramienta correcta: el buscador recupera unas 200 entradas (en Ibermarc), que he mirado cuidadosamente, en catálogo, una a una; ¿alguno de esos libros habrá sido de Quevedo? 

El fondo más abundante es de impresos de las tres primeras décadas del siglo XVIII, con digitalizaciones muy valiosas, como la de los Anales de Aragón de Diego Dormer (1697); también tienen sus Progresos, pero sin digitalizar; la Historia (1650) de Jean Jacques Chifflet, el corresponsal de Quevedo; y una veintena de libros anteriores a 1645 (muerte de Quevedo), pero muy pocos anteriores a la muerte del III duque de Osuna (1625), entre ellas una Tercera parte de la historia general del mundo.... (1612) de Antonio de Herrera –digitalizada, con problemas (véase el corte de la portada; también hay varios ejemplares de una Primera parte, de 1608; y de la Segunda, de 1606)– de la que no sé muy bien, si es que se conservan tres ejemplares, cuál es el que se ha digitalizado. El ejemplar con obra de Mariana que tenía Osuna procede de algún convictorio de jesuitas (¿del de Toledo?). En este caso, la investigación avanza con las herramientas disponibles, aunque siempre le queda a uno la sospecha del "filtro" que ha establecido el catálogo.



Todos los casos arriba citados son ejemplos auténticos de lo que he andado viendo en la Biblioteca del Senado, merced a la amabilidad de los bibliotecarios, que me han aceptado aun cuando las normas "han cambiado precisamente hoy" –me dijeron en la puerta. No se deben cambiar las normas intempestivamente sin dejar un periodo de transición entre lo antiguo y lo nuevo.

Sería prolijo intentar dar noticia rigurosa de su riqueza (he repasado los viejos catálogos, también), pero fácil será deducirlo si ofrezco la siguiente lista de textos vistos: León Hebreo (Diálogos de amor, 1590); L. M. Siculo (De las cosas memorables de España, 1533); varias ediciones de la Historia imperial de Pedro Mexia (1545, 1547); Petrarca (De los remedios contra próspera fortuna..., 1510; traslación F. de Madrid); la Historia de Toledo de Pisa; Olivia Sabuco (.... filosofía de la naturaleza del hombre, 1588); Miguel Salinas (...la buena y docta pronunciación que guardaron los antiguos..., 1563); Pedro Apiano (Cosmografía, 1548); Argote de Molina (Nobleza, 1588); Calvete (Felicísimo viaje..., 1552); Castiglione (El Cortesano, versión de Boscán, 1569); Dante (traducción de Pedro F. de Villegas, 1515); Garibay; Polidoro (1599), Ciruelo.... un ejemplar único de la gramática de Nebrija (mayo de 1550, Sebastián y Sancho de Nebrija); Rodrigo Zamorano (Cronología, 1585); Pérez de Herrera, (Amparo de pobres, 1598).... una decena de incunables, manuscritos dispersos (entre ellos una copia entera de Novoa, en 9 volúmenes, que perteneció a la biblioteca del Infante Carlos María Isidro de Borbón, como muchos de los fondos), láminas, medallas y colecciones especiales, entre las que destaco la de Gómez Arteche, muy rica en literatura panfletaria de 1800-1820, la correspondencia del Conde de Aranda, las colecciones de premáticas y leyes, etc. A vuela pluma todo.


La biblioteca (de finales del s. XIX, historicista) se encuentra dentro del edificio del Senado, que a su vez ocupa lo que fue el viejo colegio de María de Aragón, que se construyó sobre los desniveles que de la Encarnación se iban hacia el norte: un enorme edificio, remodelado, y que ha ido siguiendo los pasos de la historia desde 1834 (el Senado fue cerrado por Primo de Rivera hacia 1920).



Sé que la entrada es algo árida, de manera que la cerraremos con algo más fresco: sean esos liquidámbares que recorrían una acera de la calle Escalinata, al lado de la plaza de Isabel II, por donde el investigador se fue hacia la imprenta artesanal, y que le tuvieron los ojos entretenidos un buen rato, porque sus hojas no sabían muy bien a qué color quedarse.


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