Tender la ropa y ponerse a llover
en esta tierra es bastante normal;
olor de lluvia de agosto en camisas,
brisa de mar en pijamas y paños;
y la humedad que se va solamente
con el calor de la piel cuando vistes
–y sin planchar– los felices tejidos
que al sol bailaron, al viento y las lluvias;
orgías de color en calcetines,
olímpicas cabriolas de las toallas,
nunca soñaron los vaqueros más
que cuando el viento los mantuvo arriba,
abanderados de la luz, borrachos
del aire que les trae las lejanías.
Mira Pablo, tengo que decirte que este tipo de poesía doméstica tuya me en-can-ta.
ResponderEliminarPara escribirla y tan bien como tú lo haces hay que tener un buen caudal de imaginación y saber encauzarlo, claro.
Y las fotos con las que acompañas tus entradas son cojonudas.
Besos.