Abre su mano el limonero viejo
para coger con cinco dedos blancos
las doradas monedas de la tarde
que en la fragua lunar se habrán forjado,
siempre hacia el sur, donde no alcanza el
cierzo,
largos capullos de óvalos morados
que al desplegar al sol sus cinco pétalos
se guarda con espinas de los pájaros;
sus ramas muchas veces quebrarán,
mas siempre quedará el tronco apoyado
y los frutos maduros poco a poco
irán del amarillo hacia el dorado
hasta ser como el sol, al que se mira
cuando no puede ya causarnos daño.
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