meternos mano por las noches,
de vuelta por la calle que bordea
los capuchinos, con recodos mal
iluminados, poca gente y lluvia
buscando desnudar nuestros cuerpos,
mientras las piedras de los muros brillan
y las manos encuentran la piel tibia
suave escondida de repente abierta
húmeda.... en tanto la ciudad se esconde
en las niebla que las farolas posan
sobre las ramas de los liquidámbares.
Santiago, niebla y piedras y sin dama.
Habrá que hacerlas, aún hay tiempo.
ResponderEliminarBicos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSe lo diré al rapsoda
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