Los madrileños siempre defendieron que el mejor sitio para
veranear era Madrid, una ciudad que relaja sus costumbres, serena su ritmo,
alarga sus tardes y enciende la intensidad de sus noches. Es cierto que el
agosto madrileño tiene su encanto, que pasa por las terrazas, las horchatas, el
blanco y negro y el frescor que el tiempo concede siempre a quienes duermen....
Bueno, casi siempre. Con lo que llaman “cambio climático”, el fresquito
nocturno pasa de vez en cuando algún apuro, y esta vez me ha tocado, de manera
que la travesía por el Retiro hacia el Archivo Histórico de Protocolos
anunciaba mucho calor, aun con la estación blanca de las exposiciones del
Palacio de Velázquez.
Cumplida la tarea académica, el “Parterre” estaba
cerrado, que es una de las cosas que ocurre en el agosto madrileño (el “cerrado
por vacaciones”), de manera que el menú del día fue en el restaurante menos
popular y más elegante “El Botánico”, seguida del refugio hasta que el sol
descansara y luego un largo paseo, por uno de mis itinerarios: las estaciones
volvieron a ser en la casa ocupada de la Calle Santa Isabel, Casablanca, la cafetería del
Doré –¡”cine de verano”, en la terraza!–
y, al buscar el “Granero de Lavapiés”, el vegetariano más antiguo de
Madrid –“cerrado por vacaciones”–, darse de bruce con la verbena de San Cayetano
que tenía su centro en la calle Argumosa, en donde los puestos más
espectaculares eran de los de los hispanos, como ese primero en donde se
preparaban “huevos revueltos” a modo de inmensa paella. La noche serpenteó por
Embajadores, Lavapiés, calle de Ave María, plaza de Tirso de Molina.... Ni
rastro de Gallardón, afortunadamente.
Madrid cambia mucho: ¿ha desaparecido el bar-restaurante que
coronaba las ruinas de los Escolapios, la que contiene una de las bibliotecas
más hermosas de la capital? Los barrios y las calles estaban tomados por
emigrantes de todo tipo, por ejemplo La Corrala de la calle Mesón de Paredes,
pulidita y repintada. Quizá por eso me conmovió la pareja de chulapos caminando
en solitario por una de las callejuelas, camino de su historia. El restaurante
senegalés de otra de mis ilustraciones, sin embargo, estaba abarrotado con
gentes de todo tipo.
Yo prefiero ahora este nuevo Madrid. Y el de los chulapos, el
viejo, lo prefiero en su momento, cuando fue.
Se me ha olvidado subrayar, por si las moscas, que yo estudié en
el IES Cervantes, que todavía funciona –ahora es prestigioso– en la glorieta de
Embajadores. De donde proviene mi maestría en el futbolín, que todavía no es
deporte de olimpiadas.
Y un helado en Siena, al final
El bar que corona las ruinas de los escolapios (Gaudeamus cafe) estaba abierto a principios de verano. Quizá haya cerrado unos días por vacaciones, no más.
ResponderEliminarDavid