Es la época en la que maduran las mejores naranjas, las naveles, y en la que se cuajan de azahar los naranjos. No he llegado a entender demasiado bien los ciclos, la recogida, la conservación en grandes almacenes frigorizados, los envíos, la venta, la exportación....; pero el sistema funciona así, para que a lo largo de casi todo el año haya naranjas: supongo que las que se recogen desde finales de marzo son las tradicionales, las más tardías ("late", las llaman, claro), que normalmente pesan entre 300 gramos y medio quilo cada una, llenas de zumo, todavía sin encerar para su venta. Son un espectáculo cuando cuelgan de los naranjos, nunca demasiado viejos, de apenas un par de metros de altura los mayores, y se acumulan cinco o seis al final de una rama baja, casi descansando en el suelo. De la misma manera que e perturbadora esa simultaneidad de los capullos y de la flor del azahar con los cítricos ya maduros colgando.
Muchas veces esa marea de bosque de naranjos, bajos, de un verde denso, pleno, llega muy cerca del azul del mar, muchas veces repetido de horizonte a horizonte en la dulzura del azul celeste, menos intenso que el castellano.
La mayoría de los pueblos de la costa o cercanos a la invasión de turistas e inmobiliarias han perdido toda la gracia que hubieran podido tener y solo de vez en cuando alguna casa de dos plantas, teñida de azul o de ocre, con terraza llena de plantas y la gracia de los grandes balcones decorados, recuerda lo que hubo de ser la costa del Mediterráneo antes de que se destruyera. Cuanto mayor es la playa, más altos son edificios –de veinte y hasta treinta plantas– que desde la primera línea de la playa se han levantado. Irremediablemente. ¿Cuántos se enriquecieron con terrenos, ladrillos y negocios a costa de esta destrucción?
Hay que tumbarse en la playa –en verano no hay hueco– y mirar al cielo o al mar. O hay que penetrar tierra adentro hasta perder de vista el cemento. Y entonces uno se reconcilia con esta tierra.
Tierra adentro, la visión de campos llenos de naranjos, mandarinas, limoneros, de pomelos, con ese olor relajante, es todo un placer para la vista y todos los sentidos. Las navel-late son las mejores. Se recogen muy pronto y se meten en frigoríficos ¡durante un año entero! por el riesgo de sequía, granizo, etc., así siempre hay una cosecha para vender. Lo malo es que en las grandes ciudades no tomamos vitamina C ni por asomo, en cuanto se recoge el fruto ya se empieza a perder así que después de un año ... Los mejores frutos se van para la exportación, tan bonitos que parecen bombones, aquí no se ven. Lo peor: lo que pagan al propietario de los naranjos, por eso todos los quieren vender, con pena pero es un sacrificio que encima cuesta dinero, el mundo al revés. Ahora comprendo por qué tiran las cosechas: por rabia de sentirse estafados. Gracias por las fotos y por el mar, que aunque con ladrillos, siempre es el mar alegre mediterráneo. Disfrute
ResponderEliminarQué delicia de naranjos! El azahar... llevaba yo un ramito en el pelo el día de mi boda, hace 35 años! Qué barbaridad.
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