Enrique me pide una carta –vamos a llamarle discretamente
con un nombre de pila, que puede ser el suyo o que puede no serlo: todo lo
restante es cierto–, la segunda o la tercera, no me acuerdo, para intentar
conseguir un puesto de trabajo primerizo, sencillo, ajustado a su formación.
Enrique es uno de los mejores colaboradores del grupo que ha trabajado conmigo
durante ya casi treinta años. No llegué a darle clase, pero se incorporó como
alumno a la organización de los seminarios de Edad de Oro, junto con otros
compañeros a los que yo solía solicitar colaboración basándome en la excelencia
de su expediente académico. De entre todos los que han pasado por esas
circunstancias –un centenar, aproximadamente– era, creo, el segundo mejor
expediente académico, lo que significa algo tan sencillo como que todos los
profesores le calificaban de sobresaliente para arriba: opinaban todos que era
de lo mejor. Se enganchó a la literatura medieval y reclamó también su
colaboración un prestigioso medievalista que se había incorporado a la UAM
desde Berkeley; en la UAM se jubiló no sin antes confesarme que alumnos como
Enrique “le habían reconciliado” con la universidad española. Y con él publicó
un libro, por cierto; pero de eso no quisiera hablar ahora.
Del seminario Edad de Oro, que entonces yo dirigía, pasó a
incorporarse al grupo de licenciados y alumnos que trabajaban conmigo en la
sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de España, en donde coincidió, por
cierto, con varias generaciones de excelentes alumnos. Enseguida me di cuenta
de que la perfección de su trabajo no era solo cosa de su sensibilidad e
inteligencia, sino que se basaban en el rigor y la continuidad de su esfuerzo,
hasta el punto que después de los dos primeros años fue a él a quien encargué
la revisión final del volumen V del Catálogo de Manuscritos de la BNE (como consta en ese
volumen), así como otras tareas internas que le califican: era el filtro
encargado de corregir las catalogaciones antes de que llegaran a mí, al borde
ya de la publicación. Mientras tanto disfrutaba de una beca FPI y acudía a las
reuniones del departamento; mesurado, muy mesurado, sin duda porque le asustaba
que yo cumplía entonces mi trayectoria de ahíto de arbitrariedades e
injusticias y andaba despotricando.
Enrique siguió su formación, su camino, sus trabajos.... Es
algo que él podrá contar si y cuando le plazca. Desde hace meses me pide una
carta para encontrar un discreto trabajo digno de su competencia. Y yo se las
hago, entre avergonzado, irritado y triste, porque si este país hubiera
funcionado medianamente bien, personas como él, con sus ¿doce, quince....? años
de intensa formación filológica, con el aplauso de todos sus profesores, las
tareas cumplidas a la perfección, la competencia que ya ha logrado, las
publicaciones.... tendrían que estar “en palmitas” logrando que todo fuera
bien, mejor, por la simple aplicación de su persona, conocimiento y
características a nuestra vida académica, investigadora, social.
También sé que muchas cartas son formularias –yo no las
hago formularias– y que allí donde solicite con mi carta llegarán otras muchas
cantando alabanzas exageradas o señalando virtudes inexistentes. Al cabo, en
alguna institución, en algún país, en algún lugar se darán cuenta de que Enrique
es una joya humana, laboral, como investigador, como filólogo (¡también es
“buen” poeta!) y le contratarán. Y adiós, Enrique. No es el último caso. Cada
vez son más y cada vez son mejores.
Miro alrededor, en mi universidad, y corroboro la cosecha
de mediocridad que la habita. No quisiera hablar de esta otra vertiente, porque
hoy la única que me interesa es la otra: se irá Enrique, como se fue Pablo,
como se fue Jose, como se fueron Elena, Delia, Mecedes.... ¡Qué envidia allí donde puedan contar
con ellos!
¡Qué rollo este país con las dichosas recomendaciones!, en eso no somos nada europeos. En los países del norte de Europa ni entenderían qué es: se envía el curriculum y santas pascuas. Aquí se nota que hubo monarquía y nobleza potente y en eso estamos como en la Edad Media. ¡Vaya castigo!
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