3. El prestigio de la creación
El
análisis de la actuación creativa ha banalizado totalmente esta actividad
humana, la ha desvalorado de manera tal, que ahora resulta que componer música,
bailar, escribir una novela, modelar una estatua, etc. parece lo mismo que dar
un paseo, hablar o decidir darse un baño. Cuando la teoría no se conforma
con la realidad –dijo el filósofo– es la teoría la que se ha confundido;
digamos, es la teoría la que no se ha completado y anda falta de matices y
precisiones. Y así es.
Muchos
son los que van intentando definir “la especificidad” del texto
(discurso, mensaje, etc.) literario frente a los que no lo son, porque
barruntan que es más compleja o más refinada, con otras intenciones, etc. Se
suele aducir como elementos específicos la falta de correspondencia con la
realidad, que se enuncia de múltiples maneras, por ejemplo Ricoeur la enuncia
como que no es comunicación directa (se crea algo, no se dice algo), los
lingüistas como acto secundario, ect. Se trata de un rasgo fácilmente
desmontable porque la comunicación
no literaria puede en muchos casos tener esas características. Tampoco nos
sirve lo de que el texto literario sea texto y no segmento oral, desde luego,
aunque se enuncie de modo elegante (“diferido”, “permanente”, “que no se quema
o consume”, etc.); lo de que el texto literario no puede remontarse al autor es
una solemne tontería (bastará con distinguir entre lectura de la creación y
lectura posterior/es); y además eso les ocurre a todos los textos (históricos,
doctrinales, de derecho, religión, etc.); y eso mismo pasa del lado del lector:
el texto coloquial se pierde, el literario permanece para lectores o
consumidores de otras épocas, permanece abierto. Esa apertura imposible, que
Gadamer y buena parte de los derridistas por ejemplo atribuyen al discurso
literario, puede ser la misma que la de un texto que religioso, histórico o
coloquial, desde luego. En fin la famosa referencialidad que el discurso
literario perdería a favor de una engrosamiento de su función poética es una
maniobra constante en el lenguaje normal de todas las épocas y lenguas. Y si se
trata de proporciones, habríamos de hablar de los llamados “géneros literarios”
como lugares de artificio consagrados por el invento de la literatura.
Percibe
el profe que el párrafo anterior resulta demasiado denso, porque he bombardeado
el párrafo con las múltiples referencias de corrientes críticas que intentan
definir lo que les da de comer: que sí, que sí existe la literatura. Podemos
hablarlo más espaciosamente en otro momento.
Sin
embargo, otras de las preguntas que hemos dejado caer con anterioridad (¿por
qué sigue atrayendo este tipo de discursos, aun cuando se puede barruntar
que se trata de emporios intelectuales falsos?) necesita un par de párrafos.
Es
así porque hacia ese tipo de actividad deriva el individuo su imaginario,
cuando desea expresarlo, es decir, sabe que expresarse por esos canales
convierte su actividad en un ejercicio de profundización, más allá de la
mera comunicación o exposición. Es como si hacia la expresión llamada
artística volcara todo el potencial de su capacidad para actuar, incluso como
si vigilara cuál es su mejor modo de expresarse, la técnica que mejor domina,
para emplearla en ese campo, de manera que el resultado de todas esas
actuaciones se convierte en un corpus de la excelencia humana. Si esa actuación
y sus resultados recibe la aceptación de otros –público, espectador, etc.– hemos
llegado a cerrar el círculo y podemos explicarnos el aura de grandeza de lo que
llamamos arte. No hay romanticismo trasnochado en aceptar esa actitud, pues
quien la realiza puede admitir tranquilamente todo tipo de condicionamientos, a
pesar de los cuales quien actúa “artísticamente” cree que lo puede hacer del
modo que hemos indicado: preciso, ajustado, peculiar.... Y así es.
En
modo alguno estamos sacralizando el arte, ya que, aun con esas
características que lo ennoblecen, el arte y su realización no son un producto
puro e ideal, sino que sigue siendo una práctica social, sometida en cada
momento a los avatares de esa sociedad: publicidad, fanatismo, mercantilismo,
etc. Algo que solo se puede explicar en cada caso, en cada tiempo, en cada
autor, en cada obra. Pero nótese como por ahí asoma uno de los elementos mejor
valorados. Y hay más, o hay lo mismo dicho desde otra perspectiva.
Entre
los “bienes” endosados a la creación –al margen ñoñerías– se cuenta el de
acceder a un espacio complejo, el de la inteligencia, el universo personal de
las ideas, creencias y demás, que proyecta la condición humana mucho más
lejos de lo que pudiera hacer por sus características físicas, es más, que
puede dotar a cada uno de sus actos de esa dimensión “oculta” y peculiar.
Creencias históricas muy variadas han considerado –y lo seguirán haciendo– que
por ese ocultamiento parcial en ese lugar, que se puede llamar de muchas
maneras, se dan las condiciones para que el individuo haga, actúe y cree lo que
le da la gana. Y de esa peculiar conciencia derivan todas las teorías que
señalan lo del “genio” creador “capaz de” ejercer un “arte sublime”, etc. Obviamente ese lugar es un espacio
construido por las circunstancias de cada individuo (historia, educación,
contexto social, etc.); pero no está mal que se vea cómo en ese lugar los
individuos pueden –siempre relativamente– aislarse o ser libres o actuar con
suma libertad. Porque esa es una condición de lo que se suele llamar “arte”,
una fuga o huida posible en donde el individuo va a buscar un modo de expresión
específica, rica, acertada ampliando la libertad que su situación histórica
e ideológica le permite. Nótese que estamos diciendo lo mismo que en
párrafos anteriores: el intento de expresar algo de manera unívoca, que es lo
que proyecta enseguida la imagen del genio o creador único, el que hace las
cosas maravillosamente bien sin atenerse a cómo lo hacen los demás; el que para
ese ejercicio se encierra consigo mismo –o con el colectivo con el que intente
semejante maniobra– para alcanzar ese grado de éxtasis expresivo. Miserias de
la condición humana, porque realmente el individuo se encierra en lo que es y
estalla.
Finalmente
y por ahora: en modo alguno hemos de reservar tales actuaciones a las piruetas
intelectuales con resultado exquisito y abstracto. Las actuaciones individuales
no pueden prescindir de su componente material, físico, y hasta que la ciencia
no nos diga exactamente por qué nervios, células, fibras, etc., transita una
idea o una emoción, partimos de la conciencia de que el resultado de nuestras
actuaciones procede de todo nuestro ser. Por eso –y ahora ya se puede decir– no
existe diferencia real entre arte y artesanía, por ejemplo, lo que antes se
denominaba “artesanía”, y el objeto del alfarero puede haber recibido toda la
carga que antes hemos enunciado: algo específico, único, logrado, con la
técnica adecuada.... que queda como objeto de actuación de un individuo.
Un
capitulo –una extensión– muy importante lo constituyen las actividades
relacionadas con el llamado arte (o literatura) una vez que se ha configurado,
aunque sea falsamente, como tal. El individuo cree que ha de encarrilarse hacia
el arte si quiere expresar lo mejor y con la mejor técnica; la sociedad
comparte históricamente que en el corpus artístico se encuentra lo más excelso
de la condición humana; el ennoblecimiento alcanza naturalmente a la actividad
artística, que se eleva prestigiosamente y otorga a los “artistas” el marchamo
de seres superiores, capaces de expresar lo mejor de manera excelsa y de
ponerlo a disposición de otros individuos, en los casos universales, a
disposición de la raza humana, como “clásicos”.
No sé por qué pero alguien sensible, sin formación, percibe de inmediato y claramente el arte de la artesanía. Es algo inexplicable -o tal vez usted tenga una teoría- el que entre millones de expresiones humanas se distinga lo que es arte y lo que no, casi sin saberlo. Es algo que trasciende a la vanidad de ser reconocido por los demás, al mercadeo ... y que resiste al paso de los tiempos y las modas, se salta su contexto social y se hace intemporal e único. Creo que tiene que ver más con las emociones: el arte, algo que es único e irrepetible; la artesanía podría ser habilidad, entrenamiento y, muchas veces, copia.
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