El Retiro a finales del siglo XVII |
4. Y ahora lo que concierne a significado y crítica
Uno
de los últimos recodos del camino crítico es el que ha devuelto a la
interpretación (del texto literario) un huequecillo en los planteamientos
teóricos de última hora. Algunos críticos centroeuropeos –por ejemplo Bourdieu
o Hempfer– han vuelto al camino de la sensatez: es imposible leer un texto
literario sin que signifique y, por tanto, sin que lo interpretemos.
Significado e interpretación unidos van a la consumición, a la lectura o la
audición en el caso de textos literarios: es imposible no hacerlo. ¿De dónde
provenía la negación de significado e interpretación? Es fácil señalarlo, por
un lado de incapacidad del ser humano para objetivar (para crear) exactamente
lo que quiere. Lo más cercano son las esculturas de Antonio López, y no
respiran. Sin embargo, nadie ha dicho y no nos debemos imponer la correlación
exacta y ajustada entre nuestro afán creador o expresivo y su resultado: actuar
no es lo mismo que ser y en el proceso de actuación se obtiene algo distinto de
lo que era y algo distinto de nuestra querencia expresiva, y no es
necesariamente “peor” lo que se logra de lo que se sentía, como saben muy bien
los amantes del “arte”. Pero además, aceptamos las erosiones, sublimaciones y
transformaciones que en el objeto creado se producen por el acto mismo de la su
expresión. Y así de paso podríamos entender que si Cervantes era un pelagatos y
Verlaine un resto de hombre, su obra puede ser merecedora de nuestra mesilla de
noche. Por tanto, no vamos a encontrar en el hecho “artístico” lo que el
artista ha querido reflejar como suyo, sino lo que el artista ha querido reflejar
como “arte”, y ello es esencial si se quiere entender el baile de las
interpretaciones críticas y de los significados. El párrafo que acabo de
terminar borra de un plumazo –si se admite– la penuria filosófica y derrotista
de los posmodernitas, que deambulan por su pensamiento luciendo escepticismo.
Tampoco hemos aceptado el inmanentismo tradicional: la obra como esencia de
sabe dios que naturaleza angélica. La obra es el resultado de un ejercicio de
actuación humana, que no se produce porque vaya a alumbrar en otro lugar lo que
el individuo es. Y la obra puede superar, una vez que ha cumplido lo que se
suele llamar “puesta en discurso” y ha transitado hacia fuera del hacedor,
puede superar el interés de quien la contempla por encima de la actuación del autor
y de sus circunstancias históricas.
¿Significa
la obra? Reducido a una pregunta simple la respuesta es también extremadamente
sencilla. Primero: la obra significa, como señalábamos arriba; en segundo
lugar, la obra significa diversamente según las condiciones de su recepción.
Habrá que estudiar las condiciones de recepción, por tanto, que como son
infinitas pueden, si la obra se presta a ser proyectada más allá del momento y
lugar de su creación, provocar un universo crítico infinito o, cuando menos, abierto.
A este profesor no le gusta autocitarse, pero hace tiempo (en Studi Ispanici, la revista milanesa) lo ensayé concienzudamente a
propósito de un texto quevediano muy famoso –“El soneto “Retirado en la paz de
estos desiertos....”–, al tiempo que engavillaba las perspectivas de la teoría
de la recepción de la academia germánica (Iser, Jauss, etc.) Y extraía
conclusiones que alargarían sobremanera estas páginas, pero que se resumen a
dos que entonces recogían conceptos de moda: interpretación de la creación (la
que corresponde a las circunstancias del autor); interpretación diacrónica de
los lectores de épocas y lugares distintos.
La
obra literaria no recibe un significado previamente asignado por el artista,
produce un significado nuevo que emerge del acto del artista y que nosotros
damos por supuesto cuando vemos, leemos, escuchamos, contemplamos el resultado
de ese acto (un cuadro, una danza, un poema, etc.); pero darlo por supuesto no
quiere decir, de la misma manera, que nosotros nos comamos el mismo trozo de
pan, sabemos sencillamente que se produce y que lo convertimos, por nuestra
parte, en acto de nuestras circunstancias. Es nuevamente Hempfer –un crítico
alemán, que sigue ideas de deconstructivistas avanzados (D. Wellbury) y de
Gilbert Ryle –un neoaristotélico, no hay que asustarse–, con Adorno siempre al
fondo, quien distingue entre lectura e interpretación, o como él dice, entre
“conocer cómo” (knowing how) y “conocer qué” (knowing thah). Lo primero, la
lectura, el “conocer cómo”, etc. podría banalizarse como el vivir y pasar
si mayores pretensiones; lo
segundo, la interpretación, el conocer qué, sería el intento de fijar algún
tipo de interpretación a lo que antes era apenas la contemplación del arte. En
ambos casos la referencia puede ser al mismo texto o al mismo objeto literario.
Me gusta a mí mucho esa teoría que
no permite fijar exactamente los términos: me da la sensación de que no
convierte lo gradual en género cuantificado, una de mis viejas batallas cuando
despliego el campo de las humanidades. Y nótese que en esa primea fase, que los
críticos llaman “performativa” (se sigue viviendo, no se teoriza) nos hallamos
harto cerca de lo que yo denominaba “conducta mecánica”. Espero que se
entienda. Las derivaciones de los críticos alemanes abocan a un paralelismo
semejante al que hay en las viejas parejas lengua/habla, competencia/actuación,
etc.
De
manera que podemos andar de museo en museo y de libro en libro sin necesidad de
construir interpretaciones, pero dejando que todos esos objetos artísticos
dejen un reguero de significaciones que constituyen un “estado latente”, del
que podremos salir si algún profesor –pesado– nos obliga a que convirtamos esa
competencia sedimentada en nuestro
magín en juego de propuestas “interpretadoras”. Dígasele a ese profesor,
primero, que mierda; y luego que siga él jugando a las muñecas. O si se quiere
subir nota, que realmente (Hempfer lo enuncia como tesis, pero es un resabio deconstructivista que le cuelga): que no se puede trasvasar lo “performativo” a
lo “proposicional” sin graves pérdidas o deformaciones. Pero si lo que
realmente quiere es historiar las interpretaciones –y eso sí que es válido,
claro– constrúyase con cuidado el conjunto de sistemas a los que se va a
remitir esa significación y ubíquese allí la madre de la criatura disecada (una
novela, verbo y gracia). O cuéntesele alguna otra experiencia, con lo que
fácilmente se dará por contento.
Y
ahora, vamos a seguir leyendo.
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