Es bastante notable que haya sido una edición siempre poco y mal editada hasta nuestros días, incluso en las ediciones recientes de Victoriano Roncero (que debe andar por Stony Brook), que consiguió transcribir el texto y publicar la peor de todas, en la que extrajo el texto de ese pegajoso campo de la leyenda negra –que ni se cita– y consiguió vaciarla con su propio vacío ideológico, escorzo mediante de que aquel texto juvenil de Quevedo no era más que una cuenta en la sarta de un motivo o fuente exclusivamente literario, la laudatio. Jamás se había leído a Quevedo con tal gelidez histórica, que traduce, probablemente, el vacío del crítico. Puede verse, entre otras páginas:
Porque España defendida es exactamente lo contrario: el esfuerzo de un joven Quevedo que aspira a competir con los Scalígeros, Casaubones, Mercator, etc. para así hacer patria, que era un estreno histórico en aquellos tiempos de los ejércitos, la burocracia, la geografía.... Lo que un espíritu inquieto y combativo estaba consumiendo –le venía de Europa– mientras seguía profundizando en los clásicos, que era lo que había estudiado en Ocaña y en Alcalá. Quevedo no pudo nunca conciliar ambas formaciones y terminó negando todo lo que no creía, lo que le produjo la inmensa desazón de sus versos. Todo eso es complejo, como lo es la figura del escritor, al que no se puede despachar sin hundirse en sus raíces históricas.
Precisamente por eso empecé a transcribir el texto y a estudiar sus circunstancias; la malhadada edición de Roncero –que dan por buena los colegas murcianos– tuvo no solo la mala fortuna de difundir una imagen falsa de Quevedo, sino también de atajar muchos otros trabajos, entre ellos el que estaba realizando, que ya no publicaré, desde luego. En su momento y en este mismo blog ajusté:
"Proseguimos con la transcripción de España defendida..., después de haber consultado la malhadada edición que ha aparecido recientemente de esta obra de Quevedo y que ha querido condenarla a mero eco de un tópico literario, el de la "laus (Hispaniae)", sin ni siquiera atisbar lo que allí hay de carácter histórico y personal. Es muy de la crítica mocha de fuentes, la que está habituada a vaciar los textos de contenido, convertir cualquier texto en un motivo hidráulico, es decir, a vaciarlo de contenido para mirarlo como un eslabón de una cadena que se explica por insertarse en esa cadena y no por otra razón: de ese modo se anestesia su valor histórico y se le vacía, como a toda la literatura, de cualquier cosa que no sea un repertorio formal. Lo malo de esta actitud es que se vocea y, en el terreno educativo y crítico, ocupa el lugar de lo que hubiera debido ser una lectura seria, real y comprometida. Es el procedimiento habitual y consagrado para anestesiar las ideas y analizar la historia."
Y seguí transcribiendo y editando el texto, de lo que di algún ejemplo:
El pueblo de Quevedo, según Darío Regoyos |
La edición que acaba de aparecer tiene de todo: es indudablemente un paso adelante sobre la de Roncero, que debería olvidarse, particularmente por el ajuste de citas clásicas –y no clásicas– identificadas y localizadas. También representa un ajuste paleográfico para una lectura cabal, en muchos, en más casos de los que yo había pensado.
Luego vienen los peros: históricamente olvida casi todo lo más interesante, nada extraño en quienes arrancan por admitir que el libro es una "laudatio": ahí se ve el daño que ha causado la lectura simplona de Roncero, evidentemente tiene mucho de la laudatio, pero eso es lo que hay que explicar biográfica e históricamente, dos aspectos que se han escamoteado sistemáticamente de la obra; bien está, así lo insinúan muchas veces.
Otro pero: es curioso que no hayan echado mano de la llamada crítica genética –está entre mis páginas sobre la obrita, por cierto– sobre todo porque tienen los mimbres y entran en ella: la de un borrador incompleto. Es evidente que huelga lo de edición "crítica" en este caso, que ellos analizan bien hasta que topan con la Filología. ¿Y allí que ha pasado? Pues que han entrado en el terreno de la modernización con criterios tan poco limpios que hasta han resuelto la vacilación del timbre de las vocales átonas, los grupos de consonantes, etc. O que han conservado tildes de otrora. La verdad es que no me explico por qué han actuado así: para modernizar el texto y que el lector actual lo lea. Pero, ¿de verdad piensan que un texto espigado de citas clásicas lo va a leer el lector actual, al que va a molestar el modo de escritura de Quevedo? ¡Además se trata de un autógrafo! es decir, que representa real y verdaderamente (salvo erratas, que las hay) el modo directo que tenía el joven Quevedo de manejar su lengua, con todo tipo de vacilaciones, muchas de época. Ese comentario filológico, sin embargo, nos llevaría lejos muy lejos. Reenvío a la edición remozada de "La edición de textos", que apareció en VOZ Y LETRA hace algunos años, y que saldrá en el nuevo número de esa revista.
La edición merecería una larga y cumplida reseña, en la que se podría terminar, como ahora hago yo, aplaudiendo el esfuerzo por entregar o editar los viejos textos de Quevedo, señalando cabalmente sus lecturas, ensayando una edición más rigurosa, poniendo en juego –como hacen los editores– todo ese caudal de conocimientos paleográficos, histórico-culturales, humanísticos. Por lo menos, y en lo que me concierne, será en adelante mi edición actual de referencia.
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