A nadie le extraña que en la expresión de cualquier tipo –artística o no– aparezca la veta surrealista, es decir, la expresión que no sigue parámetros reales y prefiere la distorsión de los soñados o aparentemente soñados. El elemento o la distorsión surrealista ha quedado integrado en nuestro patrimonio expresivo, naturalmente. Eso sí, además de haber tenido una larga historia, explotó como moda durante los primeros años del siglo XX y produjo una oleada artística –y literaria– que se llamó así, "surrealista". Desde entonces podemos decir más cosas y mediante más procedimientos. La tradición artística se alimenta por esos hallazgos, que a su vez provienen del curso de la historia, de una o varias formaciones sociales. La historia siempre explica el arte, cualquier arte.
Lo que resulta algo más extraño es que aquella explosión se reproduzca de modo semejante en otras circunstancias, tiempo y lugar. Porque es imposible que la formación social se reproduzca hasta el punto de generar elementos igualitos; en estos casos funciona lo que se suele llamar la "tradición literaria".
He visitado en Santiago de Compostela la Fundación Eugenio Granell, polífrago y artista surreal santiagués, fallecido no hace mucho, que ha dejado este maravilloso palacio, biblioteca arriba, salas, escaleras nobles, instalaciones perfectas.... de menor contenido, a pesar de la exposición temporal de Philip West, y de algunas humoradas de Man Ray (con el pisapapeles de Priapo suyo acaba esta nota) y otros amigos.
¿Cuántos modos de expresión serán todavía posibles? ¿Qué es lo que no hemos descubierto todavía y que puede ser sencillo, natural, normal?
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