No me ha quedado más remedio que haber leído la reciente edición de España defendida, el libro juvenil (29 años) de Quevedo, con el que intentó emular a los grandes humanistas europeos que entonces circulaban. La obra, en cierto modo inédita hasta ahora, pues apenas se conocían transcripciones, que seguían la que hace un siglo difundió Selden Rose en revista, ha caído en manos de un quevedista manchego asentado en Stony Brook. Mala suerte, porque ha leído el texto solo y simplemente como si se tratara de un viejo género histórico (laus hispaniae), y aun así lo ha hecho superficialmente, degradando obra truncada –Quevedo no la terminó– tan interesante, mocha aquí de sus aspectos más peculiares, particularmente de lo que significaba en la trayectoria ideológica del joven humanista, que miraba a todos los frentes: pronto iba a embarcar para Sicilia, como secretario y confidente del duque de Osuna.
El medio centenar de páginas del editor son de una superficialidad desesperante, porque va repitiendo párrafo por párrafo lo que Quevedo escribió, incapaz de profundizar en sus lecturas, de calibrar sus intenciones o de configurar el ambiente histórico que produjo el impulso de escribir.
De la misma manera, al editor le hubieran venido bien algunos principios sencillos de la crítica genética, a la que tanto se presta el borrador, que ha interpretado de modo disparatado, como obra concienzuda de redacción continuada; o la profundización en aspectos históricos que ignora, como todas las referencias al padre Mariana (no parece conocer la correspondencia –autógrafa– de Mariana con Tomas Tamayo de Vargas –en la BL, buena parte); o el hito que la obra significa en la toma de postura sobre la "leyenda negra"... Es como si hubiera ido borrando del texto de Quevedo todo lo que había detrás.
He dudado mucho sobre si redactar una reseña más amplia sobre este disparate editorial, pero al final he decidido que me costaría mucho más trabajo desmontar la ignorancia que hacer caso omiso de ella. Y no lo voy a hacer, allá ello; ¡aunque sé que ya ha recibido reseñas encomiásticas! La factoría de libros de papel de Navarra tiene esas ventajas: difusión, dinero, publicación y vocerío; pero no suelen ser las que califican una delicada tarea filológica.
La obra va anotada a lo wikipedia, es decir, vuelve a repetir lo que el original señala, más o menos; tampoco refina demasiado los aspectos filológicos, es decir, la pura edición, que pomposamente se anuncia como "crítica" (?).
En fin, le muestro una de mis primeras notas, la dedicada a Muret, que, quizá algo reducida para que el lector pueda asimilarla, hubiera debido al menos esbozar, para no seguir leyendo a un Quevedo plano, pobre, insulso. En mi edición, esas notas ya irán remozadas, con cita concreta de ejemplares de época realmente manejados por Quevedo, pero incluyo la nota provisional para que esta breve noticia no sea un mero brindis al sol:
MURET,
Marc‑Antoine (1526‑1585). Es otro de los disparos iniciales de la obra. vi... a Mureto, un
charlatán francés, roedor de autores, llamar en un comento a Catulo... El
párrafo, con algún anacoluto, reprocha a Muret de blasfemo y desvergonzado, porque trata
a Lucano de ignorante y a Marcial de bufón, y ridículo y sucio, solo por ser
español...
Humanista francés, profesor de retórica, maestro de Montaigne,
bandera de la joven poesía en sus primeros años parisinos. En la década de los
ochenta había venido publicando sus trabajos filológicos, comentarios,
epístolas y poemas latinos. Entre todo ello, los referidos a Ciceron, Tácito,
Horacio y Propercio. Son numerosísimas sus ediciones anotadas de Horacio. En
1587 edita a Séneca (Opera quae extant omnia... (Paris, 1587). Cuando Quevedo
le dirige este ataque acaba de poner en circulación un ensayo político
(Tractatus aureus de iurisdictione et imperio..., Francfurt, 1603) y su comentario
a los Anales de Tácito y las notas de Salustio (en 1604). El problema de
Quevedo era dónde leer a Catulo, si en la edición de Muret o en la mucho más
depurada de Scaligero. Curiosamente no cita nunca la de Achiles Stacio, el
portugués que trabajaba en Roma (era secretario del Cardenal Sforza) y que
podía muy bien ser el representante de la oficialidad católica frente a los
clásicos. Quevedo se refiere al prólogo de un comentario a Catulo: Catullus, et
in eum Commentarius, Venetiis, P. Manutius / Aldi Filius, 1554 (BNE, R. 34.672),
que con los textos y comentarios a Propercio y Tibulo se reedita en 1559:
Catullus, et in eum commentarius. M. Antonii Mureti, ab eodem correcti et
scholiis ilustrati. Tibullus et Propertius... Lugduni: apud Gulielmum Rovillium,
1559 (ej. de la BUC). He aquí el prólogo, con el arranque del pasaje: ...
Hispani poetae praecipue et Romani sermonis elegantiam contaminarunt, et, cum
inflatum quoddam, et tumidum, et gentis suae moribus congruens inuexissent
orationis genus, averterunt exemplo sua ceteros a recta illa, et simplici, in
qua praecipua poetarum sita las est, et in quam superiores omni studio
incubuerant, imitatione natural, itaque fere post Ausgust tempra, ut quisque
versum maxime inflaverat, sententiam maxime contorserat, eo denique modo
locutus fuerat, quo nemo serio soleret loqui, ita in pretio haberi coepit.
Quinetiam fucatus ille splendor, et adulterina eloquentiae species ita non
nullorum, qui verae eloquentiae gusto non habent, accacavit animos, ut his
quoque temporibus extinterint Hispani duo, hominis ceteroqui et in primis
eruditi, et scriptis editia nobilia; quorum alter Lucanum Virgilio, alter
Martialem Catullo anteponere veritus non est... Al margen de la nota
reducionista de Muret, Quevedo no supo colocar el texto cincuenta años atrás,
cuando Muret comulgaba con los créditos poéticos de la Pleiade, de la Brigade,
antes de tener que escapar, prácticamente, a Venecia. Catulo había sido
recuperado desde el primer momento (en la preciosa edición de Wendelin von Speyer,
en Venecia, 1472) por la imprenta, junto a los inseparables Tibulo, Propercio y
Stacio. El texto fue poco a poco depurado, por Francisco del Pozzo, Angel
Poliziano (cuyas notas se quedaron manuscritas e inéditas en su ejemplar
impreso, en Roma), etc. que inician sobre Catulo una tarea ecdótica digna de
historiarse, como lo ha hecho Julian Haig Gaisser, Catullus and his Renaissance
Readers (Oxford: Clarendon Press, 1993). Después de las lecciones magistrales
de Antonio Partenio, en Verona (publicadas en 1585), los tres grandes exégetas
de la poesía de Catulo fueron, por este orden cronológico, Muret, A. Stacio y
J. Scalígero. La edición de Muret, a la que se refiere Quevedo, es un arma
arrojadiza de Manuzio contra los humanistas florentinos. El prólogo al que alude
Quevedo recoge el espíritu de la Brigade; Muret acaba de llegar de París apenas
hace seis meses, particularmente el de la Ode a Michel de L'Hospital, de
Ronsard, que distingue entre los poetas griegos clásicos o divinos y los
alejandrinos o humanos. Esa extraña alusión, por lo demás, a dos poetas
españoles contemporáneos resta oscura. J. Haig Gaisser (p. 155) piensa que se
refiere a dos poetas venecianos, realmente. Para Muret la división es entre los
poetas de la época de Augusto (Catulo y Virgilio) frente a los de la Edad de
Plata, los "hispanos", que pervirtieron el buen gusto: Lucano y
Marcial. La idea permancece tácitamente en Scalígero, que aprovecha también los
avances de Stacio a través de la edición de Victor Giselinus (Amberes: Plantin,
1569). El final de esa tradición llega a Quevedo, indudablemente, a través de
otra obra monumental, las Opera omnia de los tres poetas (Stacio se ha
descolgado ya hace tiempo, lo que puede explicar la especial atención que le
está dedicando Quevedo) cum variorum doctorum virorum commentariis, notis,
observationibus, enmendationibus, et paraphrasibus: unum in corpus magno studio
congestis... cun indice rerum et verborum copiosissimo. Lutetiae, ex
officina... Marci Orry..., 1604. Los comentarios ocupan en este soberbio
volumen en folio casi las mil páginas, que se completan con otras 200 de textos
e índices. La obra no arredró a los lectores, pues tan solo cuatro años más
tarde se reprodujo a plana y renglón. Para algunas pistas de cómo conseguía
Quevedo estos libros, el ejemplar de la BNE de la ed. de 1608 lleva firma
autógrafa de Rodrigo Caro. No era el único modo de difusión, los comentarios
gozaban de tanto prestigio, incluso sin los textos, que se editaban y
circulaban encuadernados juntos en libritos de faldriquera, así los he visto
frecuentemente. Por ejemplo, el de la BUC X.6.81 recoge en tamaño de bolsillo,
eso sí, muy regordete (cerca de 1.000 p.) la ed. de Plantino con los
comentarios a Catulo de Dousa (1582); la de Stoer (1583) con los de Ausonio,
por Scaligero; la del mismo Harsy (1607) con los del propio Scalígero a Catulo;
etc. Quevedo fue uno de los pioneros en traducir a Catulo al castellano,
después de los conocidos poemillas de Castillejo, de algún fragmento de Mal
Lara y de un solo carmen de Lupercio Leonardo que había aparecido en las Flores
de poetas ilustres (1605). En el Anacreón Quevedo inserta versiones de
"Vidamus, mea Lesbia, atque amemus" y de "Quaeris quot mihi basiationis". Abren el camino a
versiones, también muy fragmentadas, de Villegas, Rodrigo Caro y Cascales. Cfr.
M. Menéndez Pelayo, BHLC, II, 7‑31 (Santander, 1850). No me he referido a
msnuscritos, pues no creo que afectaran, en este caso, a la postura de Quevedo.
Véase la ed. crítica de D. E. S. Thomson (The University of North Carolina
pres, 1978).
¿Cuándo saldrá tu edición, Pablo? No voy a perder el tiempo leyendo ni tan siquiera ojeando una chapuza filológica de tal envergadura.
ResponderEliminarHe ido trasliterándola en el blog poco a poco; la anotación es muy complicada. Veremos a ver cuándo puedo terminarla, porque ahora estoy muy lejos y necesito consultar material viejo.
ResponderEliminarGracias
He visto las distintas entregas en el blog, y es una joya. Estaré pendiente.
ResponderEliminar