Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 24 de abril de 2013

I Los hermanos de Carlos

Siempre que estábamos juntos y se cruzaba alguno de sus hermanos yo le hacía la pregunta, y no tanto por la curiosidad –de sobra sabía que eran diez– como por sospechar que a él le tendría que gustar airearlo una vez más o porque en el peor de los casos era un hecho importante que se debería de subrayar de vez en cuando. Dejar de preguntarle hubiera sido un modo de rebajar aquella situación a normal; indirectamente podría presumirse que no me interesaba ni Carlos ni el universo de sus hermanos. 
– Carlos, ¿cuántos hermanos tienes?
Si me contestaba que nueve, yo añadía la coletilla "¿contigo?", lo que le obligaba a matizar "conmigo diez". El enunciado de ese tema tenía luego muchas posibilidades, la mayoría ya exploradas; yo solía elegir las que pudieran acarrear cierta jactancia en Carlos,  como la golosina para que siguiera contando cosas que a él le parecían absolutamente normales. Esa normalidad era lo que más me asombraba.  Yo admitía la lección de sus explicaciones y añadía preguntas que completaran el relato, aparentemente superficiales, a las que él contestaba con una suficiencia envidiable, como experto en hermanos. 
– Pero ¿y lo de las gafas de Inés? ¿Por qué tiene tantas gafas de colores?
– Porque las rompe, la semana pasada rompió dos.
– ¿Y para qué sirve la goma que se pone por detrás, sujetándolas?
Se le rompe cuando hace deporte o cuando pelea, no sé.
– ¿Y a qué la castiga tu madre?
Cada vez que rompe unas le castiga a estar encerrada en la habitación mientras vemos bob-esponja.
– ¿Sola?
– En la habitación suele estar Susanita, en la cuna, y en el parque casi siempre Ricar.
– ¿Cuántos años tiene Ricar?
– Uno y pico.
Yo sabía todos esos datos, pero si no me los repetía parece que el panorama quedaba incompleto y la historia que tanto nos conmovía se diluía, como si no tuviera importancia. Después de ese intercambio breve de información archiconocida, podía elegir cualquiera de los caminos nuevos que se acababan de abrir.  
La importancia del castigo de Inés estribaba en que lo sufría encerrada en una habitación en la que al menos había dos hermanos más. Todo esto era sustancia de suma importancia, incompatible –pongo por caso– con cualquier castigo semejante que se me impusiera a mí o a cualquiera de mis compañeros "normales", a quienes si se nos castigaba así, el azote inmediato era el de la soledad de la habitación y la TV apagada.
Yo creo que Carlos no se daba cuenta de la magnitud de su situación. Eso de ser de un modo tan peculiar como si nada. Diez hermanos quiere decir que por el pasillo –porque la casa de Carlos tenía un largo pasillo– te podías encontrar a seis o siete. Inés con las gafas de color morado subida a una silla para alcanzar un libro con lomo de colores de una estantería; Ricar gateando entre las patas de la silla de Inés; Mero montando un partido de fútbol en el suelo con cromos; Nela y Bea haciéndose las guapas, disfrazadas de mayores, montando una escena del súper o una entrevista de su madre con algún actor interesante.... Aquello era una procesión. Y al terminar el pasillo, si entrabas en cualquiera de las dos habitaciones que lo remataban, seguía: Alfredo en un ordenador, Carmela protegiendo el territorio de su mesa, Sustantivo jugando a la nintendo....
–¿Y por qué le llamáis Sustantivo?
La elección de Sustantivo como tema por el que podía proseguir el cuestionario no era baladí. Yo había asistido a escenas semejantes en las que algún amigo más lejano había preguntado a Carlos la razón del nombre, provocando un descarte muy claro, un "yo que sé, tío" la última vez. El inquiridor quedaba de ese modo fuera de su círculo, señalado como ajeno. Carlos siempre me contestaba a esa pregunta.
– Es que fue la primera palabra que dijo, cuando tenía dos años la repetía siempre, y si le preguntaban algo, cualquier cosa, mi hermano contestaba: "Sustantivo". Mi padre dice que una vez que aprendió a decir una palabra tan difícil ya no la quiso soltar.
Colocaba su respuesta en su sitio, dejaba un hiato de silencio agradecido; y al rato: 
–Pero, ¿por qué es tan fea Marga?
– Porque es clavadita a su tía Reme, la hermana de mi padre.
También sabía esa respuesta, pero es que acababa de pasar por delante Marga, a quien habían cortado el pelo casi al cero –en su clase habían avisado que se habían encontrado huéspedes en las cabezas– y se destacaban todavía más las facciones exageradas, particularmente la boca, a la que asomaban dientes y huecos a partes iguales. Mirar a Marga era uno de los mayores espectáculos de la casa de Carlos; y él lo sabía, pero contestar a preguntas sobre Marga ya era solo para los más íntimos y fieles, los que teníamos el privilegio de que nos invitaran y que nosotros invitáramos a pasar la tarde en casa.
Me había  tocado a mí ese viernes ir a casa de Carlos, porque cada semana íbamos por riguroso orden y de acuerdo con los convenios tácitos de nuestros padres; y Carlos había estado el miércoles en la mía, cenando hamburguesas, hechas por mi madre por no sé qué historias de carne de caballo: las hacía con carne de ternera mezclada con carne de cerdo y regadas con limón. Eran distintas de las del súper, no sé si mejores o peores. Mi madre insistía en que mejores, pero a Carlos le gustaban más las de toda la vida. En esto de las valoraciones siempre he andado un poco perdido. Perdido no es lo mismo que indefinido, me acuerdo ahora de esa frase de mi padre cuando hablaba de mí con medias palabras, al borde de la discusión, una vez que me pasé un par de horas jugando con Marga a "operar" muñecos, es decir, a abrirles para hacerles un trasplante de corazón.
– Marga, ¿tú vas a ser médico? De los que están con sangre....
– Solo voy a ser médico de los que se mueren, para luego ver lo que tienen dentro.
– A mí me da cosa. Marga, ¿tú ves normal?
Marga tenía unos ojos desmesurados, oscuros, como cucarachas gigantes, y ahora que le habían rapado al cero, cuando miraba de cerca, daba un poco de miedo. Me aliviaba que me hablara, para no pensar que era solo unos ojos, unos huesos, una boca....
– Pues ¿cómo quieres que vea?
– No sé, según los ojos con que miras podrías ver de modo distinto, Inés por ejemplo puede ver todo roto y de colores.
Me miró como miran los mayores cuando creen que además son superiores en algo, como dejándome en mi ignorancia. Callé y volví a destripar a Josy, que era el que estaba en quirófano. Levanté los ojos y vi que mi madre me contemplaba con preocupación o con exceso de cariño, no alcanzo a saberlo excactamente, mientras hablaba con la madre de Carlos. No me suelo fijar en esas miradas, porque mi madre las prodiga, las exagera, por cualquier menudencia, pero en esta ocasión creí percibir que la mirada había sido el antecedente de la conversación camino de casa, en la que mi madre había puesto toda la ternura posible. Un sentimiento de peligro me llevó a interpretar que la modulación de la ternura tenía que ver con el riesgo o la importancia de algún tema escondido. El caso es que cuando volvíamos a casa me llevó de la mano y me hizo un montón de preguntas, espaciadas, de las que se entonan para quitar importancia, sobre los muñecos destripados, la fealdad de Marga "que parecía un chico", mis mejores amigos. Y cada vez que yo contestaba, con monosílabos –las preguntas eran de respuesta obvia– notaba cómo me apretaba la mano, animándome a que no le contestara de modo tan breve, a que le respondiera de otra manera. Todos aquellos indicios me retrajeron y me fui a monosílabos y encogimiento de hombros, que mi madre interpretó como cansancio de los viernes a la caída de la tarde.
Pelée inútilmente para que no hubiera ducha. Los viernes se puede uno acostar más tarde. En el largo pasillo que termina en el "salón" –que así se llama el sitio de la Tele– solo hay libros aburridos y cuadros en los que, la verdad, nunca me he fijado. Cuando lo recorro para irme a acostar no me encuentro a nadie; porque ya voy medio dormido y en pijama, pero si no fuera por tanto sueño, sentiría nostalgia del pasillo de Carlos, las gafas de Inés, los ojos de Marga y hasta de Sustantivo.


[Denis Antonio]

3 comentarios:

  1. Creo que la sonrisa no me ha abandonado desde el principio al fin.
    El narrador parece que es hijo único y, en cambio, Carlos y hermanos suman diez.
    Me llamó la atención la madurez del protagonista que parece mucho más resabido que Carlos.
    La evocación de ese pasillo con el trasiego de los hermanos es muy divertido,pude imaginarlo.

    Y quien es Denis Antonio si puede saberse?
    Bicos.

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  2. Hola, Ohma. Denis Antonio me enviaba sus relatos hace tiempo –no sé muy bien quién es– y me ha dicho que me enviaba uno muy largo, novelesco, le he dicho que si quiere, se los iré publicando poco a poco, que no me los mande de golpe, porque estas ventanas andan así, a pasitos.
    Bicos, como siempre

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  3. Gracias, qué misterio no? Denis creo que es un nombre portugués.

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