Tres días y la cama sin hacer.
No se puede decir que sea modo
de concordar con el rigor del cielo
en donde todo lleva su orden y
la sensación es la de que sobramos
con nuestro miserable desconcierto
por más que provenir parezca de
la penuria de nuestra inteligencia
empeñada en saber lo que no alcanza
y de sentir inexplicables quiebros
que no puede asumir como si nada
y le trastornan tan radicalmente
que olvida los deberes cotidianos
y la cama se deja sin hacer.
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