Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 3 de febrero de 2013

Papeles viejos en la biblioteca de la Universidad de Salamanca

 
Para buscar autógrafos en la biblioteca central o vieja o histórica de la Universidad de Salamanca se puede acudir al soberbio Catálogo de manuscritos de la Biblioteca Universitaria de Salamanca / [catalogación y edición del catálogo, Óscar Lilao Franca, Carmen Castrillo González; catalogación, Pablo Andrés Escapa ... (et al.), editado por la propia universidad en dos vols. (1997-2002), que no suministra índice de autógrafos –hay que recorrerlo–, aunque, me apresuro a decirlo, es difícil resolver en la mayoría de los casos si se trata de autógrafo o no, por lo que suele ser normal que el concepto no aparezca en catálogos. De hecho en "búsqueda avanzada" solo suministra el de Francisco Guiluz. Tampoco aparece, en lo que se me alcanza, en la serie de medio  centenar de publicaciones que se refieren a los riquísimos fondos de esta biblioteca, en donde solo de manera sesgada e indirecta puede uno llegar a ese campo, por ejemplo al recoger o estudiar los fondos de Diego Covarrubias, del Tostado, etc. 


No cito a estos dos autores a humo de pajas, pues recuerdo que cuando trabajé –fue mi primer destino como bibliotecario de oposición– allí, Teresa Santander y don Florencio Marcos, catalogaban precisamente los fondos pertenecientes a ambos (en 1957 había publicado su trabajo don Florencio; el de Teresa Santander apareció en el 2000). Con Teresa Santander compartía el horario de tarde; don Florencio me enseñó la catedral y me comentaba las novelas que leía, a lo que era gran aficionado. 

El hallazgo del autógrafo requerido pasa, por tanto, por el recorrido de las viejas fichas –si las hay–, por un lado, y por el análisis directo, por otro, del manuscrito en cuestión. Y eso suele ser un problema muy complicado que pasa por convencer a los empleados de la biblioteca para que nos dejen ver papeletas antiguas o que sería necesario consultar el manuscrito o su digitalización. Suele resolverse con buenas dosis de paciencia, diálogo, buenas maneras, etc. 
Una tarde de viernes este profesor logró que le dejaran ver las fichas antiguas y se pasó un par de horas moviendo papeletas: a nadie dije que en algún momento, en la antigua sala de lectura –hoy solo de investigadores– de la Biblioteca universitaria de Salamanca, con los ventanales hacia la catedral, creí reconocer en las papeletas mi propia letra. La letra cambia mucho, de la letra juvenil a la madura y luego al temblor de la letra envejecida hay un mundo, y no solo debido al pulso, el ductus lo determina también un cierto sentido estético, del espacio, de la ocupación del papel, de la naturalidad y el orden. Al margen de esta historia –que entre nosotros bien sabe y nos explica Pedro C. Rojo. 


Me dio tiempo a rebuscar algunas cosas;  la intención inicial era la de buscar autógrafos de los siglos XVIII y XIX para los volúmenes correspondientes a la Biblioteca de Autógrafos Españoles, que estamos completando. Hubiera debido acudir también a San Esteban, a los jesuitas...; queda para otra ocasión. El cebo era en cierto modo el de la llamada "escuela salmantina", en los alrededores de fray Tadeo González, que con su especial diligencia ya ha elaborado y estudiado Tibi –de mi grupo de investigación y una de las investigadoras que controla la serie de autógrafos. 
Lo de pasar papeletas, sin embargo, dispara la curiosidad, pues en ese recorrido se encuentra uno lo que no aparece en los aparentemente perfectos sistemas digitales e informáticos de búsqueda. Y así, la papeleta de un nuevo testimonio de los Grandes anales de quince días (ms. 675), de Quevedo, no aparece en ningún lado. Véase este enlace:
nuevo testimonio, por tanto, desconocido de una de las obras manuscritas más difundidas de Quevedo. No puede ver el ejemplar, pues "no tenía autorización para verlo" y lo hubiera debido solicitar con antelación, vaya por dios: habría que prever esas circunstancias. Ya se ve que si lo hiciera como las normas dicen ver el manuscrito exigiría dos hoteles, cuatro cenas, dos viajes, etc.


Saqué notas del ms. 674 (Juan de Ávila, para pasársela a Julio, que sobre este tema trabaja), de los muchos autógrafos de Vicente de la Fuente (por ejemplo, ms. 28, 631...); de J. A. Butrón (ms. 1567-8), de José Iglesias; de algún diálogo desconocido (ms. 2317), y de un apócrifo quevediano (un Pleito de los privados, ms. 2500); de las cartas de J. Ibarra (ms. 478), etc. Ya se iba a cerrar la biblioteca y andaba yo enfrascado con las polémicas entre jesuitas y dominicos por la evangelización de China (entre 1635 y 1646), que llegaron a afectar a don Francisco de Quevedo, jugando al equilibrio entre las dos órdenes más poderosas.
Hacía frío, pero la noche era intensa y agradable; pregunté a dos paseantes de aire salmantino que dónde podía cenar mientras descansaba de letras, y después de darle muchas vueltas al asunto me enviaron a Casa Paca; debieron pensar que era yo turista de posibles, pues la cena –que no pasó de sencilla– me desvalijó. Para compensar me alargué hacia la Plaza Anaya y rodee el recinto iluminado de las catedrales. Se serenó el aire y se vistió de hermosura y luz no usada.




 


1 comentario:

  1. No sabía que la biblioteca de la Universidad de Salamanca era tan bonita, una maravilla. Sí que entran ganas de pasarse horas leyendo ahí.

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