Este fin de semana pondré a disposición de mis alumnos dos centenares de libros de mi vieja biblioteca, que ha invadido dormitorio, cocina, baño y rincones del lugar donde se debe habitar. Muchas veces se ha contado eso de "vivir con los libros", "el mejor amigo del hombre", etc. a resultas de lo cual desprenderse de un libro es como arrancarse un trocito de uno mismo. No van por ahí los tiros, sin embargo, pues aunque adquiero pocos, la verdad es que sigue siendo más lo que entra que lo que sale; y curiosamente, en plena era digital y con el triunfo de las pantallas y de las imágenes, los escaparates, plúteos y anaqueles de las pocas librerías que quedan ofrecen tanto o más títulos que antes.... Creo que la cuestión comercial, me dicen los editores, es "insostenible", palabra de moda para todo lo que se mantiene contra viento y marea, y que últimamente se utiliza tenazmente contra Rajoy. El arte del sostenimiento de los políticos, sin embargo, es un mundo aparte, el arte del birlibirloque.
Me refiero ahora a la desazón del lector que disfruta ya desde el momento mismo que huele el libro nuevo y se imagina las horas de comercio intelectual que va a mantener con sus páginas. Se me viene a la cabeza la imagen de un viejo profesor granadino, Emilio Orozco, que lloraba –ya jubilado– por los libros que ya no iba a tener tiempo de leer. Don Emilio, como se le llamaba entre nosotros, era de lágrima fácil porque tenía sensibilidad exquisita, y podía llorar declamando a san Juan de la Cruz, cosa que hacía todos los años y exacerbaba a algunos alumnos y creaba malestar en otros. Yo no he llegado a llorar todavía en clase, y me temo que ya no pueda hacerlo; pero experimento una extraña desazón cuando la resma de libros que esperan ser leídos se acumula en mi mesa y ya no me deja extender papeles y escribir encuestas; entonces tengo que tomar alguna determinación, y viene el expurgo y me acuerdo de Cervantes, y me subo de la panadería una caja de cartón que voy llenando con libros viejos, cuidadosamente seleccionados. Como música de fondo, el último movimiento de "La Patética". Las cosas hay que hacerlas bien.
Quería, por tanto, fijar ese concepto del "desprendimiento" al lado de otro que ayer quise comentar en alguna de mis clases –tengo tantas y con tantos alumnos que, la verdad, no sé muy bien cuál es el hilo del programa de cada una; eso debe de ser el "premio" a la investigación, de la que he oído hablar este año. Para fijar ese concepto acudo a otro maestro, Alonso Zamora Vicente, cuando me comentó en su retiro de una urbanización de las afueras de Madrid atormentada por aviones, que "estaba volviendo a leer a Galdós". Y sobre ello hablamos. También ahora yo estoy volviendo a leer algo de la novela del s. XIX, por mor de una colección de clásicos que hemos iniciado en mi grupo (Clarín, Valera, Galdós....) Hemos editado Pepita Jiménez y Pipá; se encamina hacia su edición Halma.
Lo que les he querido decir a mis alumnos es que esa situación puede empezar a ocurrir ya a su altura: leer otra vez a Julio Verne, el Lazarillo, etc. Cuando no se trata de poesía, es decir de texto con formato intocable y puro al que se vuelve como se vuelve a oír una canción, la vuelta a la lectura de otros textos no deriva de que la memoria haya dejado de retener el argumento, el nombre de los protagonistas o la intriga de las novelas de Galdós. Hay que volver a arrinconar a la memoria en un lugar vicario y recóndito frente a la experiencia y la inteligencia. Lo que sirvió cuando efectuamos aquella lectura que luego podemos repetir es el proceso mismo de la lectura, el diálogo que mantuvo el texto con nuestro modo de aprehenderlo y sazonarlo para que pasara por nuestra inteligencia: no importa que la memoria se erosione; en aquel proceso la memoria ocupa un lugar secundario, el proceso mismo de la lectura, aprensión, reflexión, etc. era lo válido.
Espero tener tiempo para que algunos de los libros de la ilustración ocupen lugar central en este "blog". Ahora me tengo que ir otra vez a clase.
Al hilo de la tristeza de Emilio Orozco, recuerdo una entrevista a Fernando Fernán Gómez, "La silla de Fernando", en la que cuenta cómo se despide de los libros que no leerá, porque ya debe elegir.
ResponderEliminarCreo que es uno de los momentos más tristes que, a distancia, he presenciado (aún con la falta de ternura que lo caracterizaba).
La absolución que es uno de los libros que sale en la foto, no pude llegar ni a la mitad; luego me enteré de que El País lo había designado mejor novela del año. Razón de más para no leerlo ¿no?
ResponderEliminarLandero es uno de los grandes prosistas hoy.... Me hubiera gustado hablar despacio contigo, Anónimo. A veces la impresión del libro –le dedicaré un post– depende de lo que el lector espera; o dicho de otra manera: pide un determinado modo de lectura.
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