Hay dos preocupaciones que me tienen
acorralado, sin saber qué hacer:
son ya seis las camisas sin planchar
–es la primera–; me han reconvenido
para que no comente en las poesías
el feo asunto de las seis camisas
–la segunda–, que tal cuestión sería
pasarse cuatro pueblos, de verdad,
que es tema que no va a ninguna parte;
reconvención leída en la doctrina
de los poëtas con doctrina a quienes
respeto cantidad, porque, debajo
de la lograda gravedad, sus versos
propagan la nobleza del hacer,
y los matices de la humanidad
pensante, emprendedora y resoluta.
De modo que ando un poco simple y torpe
sin saber resolver la encrucijada.
Y su qué tiene lo de las camisas,
porque cuando Moíño trabajaba
en nuestro grupo me reprochó un día
que planchara la ropa, actividad
inútil propia de un ser vanidoso,
que no conduce más que a la perdida
de tiempo y tontería. No sabía
Moíño que hasta damas hay que adquieren
y guardan agua perfumada, oliente,
comprada a precio de oro en la occitane
y que lo de planchar con tal rocío
produce sensaciones de placer.
Pero en cuanto me pongo a razonar
esas cosas me acuerdo de que son
los versos un quehacer ennoblecido
por el arte de bien decir aquello
que nos rodea, que es, que se argumenta.
Cosas en esta vida habrá inservibles
y que no dignifican como versos.
Planchar tantas camisas y decirlo
una tarde casera, ¿dignifica?
¿Y dignificará ir desorientado,
a la deriva por los corredores
de mi “dificultad”, y al ver que llega
el secretario del departamento,
emitir un suspiro con agudos
e iniciar una rumba a lo duquesa?
Lo de las dignidades.... ¿no irá unido
a lo de las prebendas y dineros?
Si se enteran en mi departamento
que no plancho camisas, ¿me abrirán
expediente otra vez? Y finalmente
con mayor sutileza y pucheritos:
pretendí hace muy poco leer mis versos,
engolando la voz, a una chavala,
como prëámbulo a un atodasluces,
y en llegando a una de esas paradojas
que me atormentan y me paralizan,
me contempló aburrida, se abrochó
la camisa y me dijo que tenía
que marcharse; de modo que quizá
más mejor que la silva no progrese
y que no alcance los desbordamientos
de las antiguas silvas gongorinas.
Quede carreira en paz por el momento.
acorralado, sin saber qué hacer:
son ya seis las camisas sin planchar
–es la primera–; me han reconvenido
para que no comente en las poesías
el feo asunto de las seis camisas
–la segunda–, que tal cuestión sería
pasarse cuatro pueblos, de verdad,
que es tema que no va a ninguna parte;
reconvención leída en la doctrina
de los poëtas con doctrina a quienes
respeto cantidad, porque, debajo
de la lograda gravedad, sus versos
propagan la nobleza del hacer,
y los matices de la humanidad
pensante, emprendedora y resoluta.
De modo que ando un poco simple y torpe
sin saber resolver la encrucijada.
Y su qué tiene lo de las camisas,
porque cuando Moíño trabajaba
en nuestro grupo me reprochó un día
que planchara la ropa, actividad
inútil propia de un ser vanidoso,
que no conduce más que a la perdida
de tiempo y tontería. No sabía
Moíño que hasta damas hay que adquieren
y guardan agua perfumada, oliente,
comprada a precio de oro en la occitane
y que lo de planchar con tal rocío
produce sensaciones de placer.
Pero en cuanto me pongo a razonar
esas cosas me acuerdo de que son
los versos un quehacer ennoblecido
por el arte de bien decir aquello
que nos rodea, que es, que se argumenta.
Cosas en esta vida habrá inservibles
y que no dignifican como versos.
Planchar tantas camisas y decirlo
una tarde casera, ¿dignifica?
¿Y dignificará ir desorientado,
a la deriva por los corredores
de mi “dificultad”, y al ver que llega
el secretario del departamento,
emitir un suspiro con agudos
e iniciar una rumba a lo duquesa?
Lo de las dignidades.... ¿no irá unido
a lo de las prebendas y dineros?
Si se enteran en mi departamento
que no plancho camisas, ¿me abrirán
expediente otra vez? Y finalmente
con mayor sutileza y pucheritos:
pretendí hace muy poco leer mis versos,
engolando la voz, a una chavala,
como prëámbulo a un atodasluces,
y en llegando a una de esas paradojas
que me atormentan y me paralizan,
me contempló aburrida, se abrochó
la camisa y me dijo que tenía
que marcharse; de modo que quizá
más mejor que la silva no progrese
y que no alcance los desbordamientos
de las antiguas silvas gongorinas.
Quede carreira en paz por el momento.
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