Para viajar por la Champagne es mejor que te guste el champagne y las vidrieras. Creo que no guardan relación, aunque en algunas muy hermosas de Troyes un artista actual ha representado cabalmente las tareas de la vendimia y la producción de espumosos; y eso porque elemento decorativo y tan frágil pocas veces ha soportado el paso del tiempo, sobre todo cuando sobre el tiempo cabalgando llegaban las guerras y las disensiones. En los alrededores de la catedral de Reims, como en muchos lugares en Francia estos días, una exposición fotográfica recoge cien muestras de la historia de la catedral a cien años de la primera gran guerra, cuyo centenario se empieza a conmemorar ahora (1914-2014). En una de esas fotos, tras un bombardeo, se ve a varias personas intentando recomponer en el suelo alguna de las vidrieras hechas añicos. El esfuerzo parece inútil. Pero el caso es que el viajero hoy puede recorrer iglesias y catedrales con sus enormes ventanales hechos jardines de luz; en algún caso (en la catedral de Reims de modo muy llamativo), las vidrieras son claramente arte actual y no reconstrucción de arte antiguo, como es el sagrario iluminado de la catedral de Troyes que encabeza esta entrada (Mugot, 2008), a mi modo de ver, acertado.
Parece que las guerras y las disensiones son cosas del pasado.... Pobres vidrieras. En Reims he pasado por delante del antiguo cuartel de la Gestapo, en donde, se decía, fueron torturados miles de franceses: queda una estela en piedra que lo dice y el silencio de un jardincillo. No sé lo que habrá quedado en Bosnia, Irak, Guantánamo, Siria... y demás lugares en donde todavía no hay piedras que lo recuerden, porque no han terminado con las torturas. A lo mejor las erigen al mismo tiempo que torturan o matan.
Además de las vidrieras, que tienen sus espléndidas monografías –carísimas: la cultura francesa es excelente, pero horada los bolsillos–, las iglesias son de entrada libre, y prelados y párrocos franceses han usado esa permisión para teñir de espiritualidad no profana las visitas. Bien está. Pongo un ejemplo. La catedral de Troyes te ayuda con pequeños dípticos y hojas informativas a realizar la visita, en uno de ellos aparecen solo unos cuantos textos, para que el visitante los lea y padezca o disfrute de esa espiritualidad: los textos son de San Agustín, Paul Claudel (¡cómo no!), Jacques Prévert, William Blake, Michael Quoist...
Están bien elegidos. Aunque, a decir verdad, yo prefiero, en la soledad de aquellos espacios que baña una luz atenuada de colores, pensar en los amores frustrados con Dominique –ya que ha aparecido en la entrada anterior–, en las playas de Cancale y la Guimorai, porque ninguno de los dos estábamos avezados en conducir la pasión hacia su lugar natural, y se quedaba la pasión como problema. De atrás le viene al garbanzo el pico, porque ahora aquella pasión no me deja concentrarme en los efluvios místicos de Paul Claudel y en la luz de las vidrieras que llega a mi reclinatorio de ¿haya? no soy capaz de ver más que el verde de los ojos de Dominique. Y cuando leo al bueno de Prevert, identifico fácilmente todo lo que dice con mi vieja pasión bretona:
".... nuestro amor permanece, testarudo como un borrico, vivo como un deseo, cruel como la memoria, salvaje como las añoranzas, tierno como el recuerdo, frío como el mármol, hermoso como el día, frágil como un niño. Nos mira sonriente y nos habla sin decir nada; yo le escucho tembloroso..."
El pasaje de Prevert no tiene desperdicio. ¿Habrá conocido Prevert a Dominique?
".... nuestro amor permanece, testarudo como un borrico, vivo como un deseo, cruel como la memoria, salvaje como las añoranzas, tierno como el recuerdo, frío como el mármol, hermoso como el día, frágil como un niño. Nos mira sonriente y nos habla sin decir nada; yo le escucho tembloroso..."
El pasaje de Prevert no tiene desperdicio. ¿Habrá conocido Prevert a Dominique?
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