Hacer pis/orinar/mear.... en Francia es una tarea costosa, que
puede ir desde el euro en la estación del Este a los 0,70 cms. en la del Norte,
estación que tiene la particularidad de no tener sala de espera, delicadez con
los viajeros que por allí pasan, que se puede paliar dando una vuelta por la Rue Magenta y aledaños, bulliciosa y muy
parisina, una delicia; bien es verdad que con la mochila a rastras. La Gare de
Lyon, por otro lado, me parece que es la mayor de las muchas gares de la capital
vecina, pero adolece también de depositorios de desechos humanos, harto caros;
aunque allí lo caro no es solo cumplir con un rasgo fisiológico, es el lugar en
donde, por ahora, he pagado el café más caro de todos: más de cinco euros, en
el Starbucks –por la cosa de conectar y leer el correo. Y el café, malo a
conciencia.
Hace poco, en viaje a China, me maravillé de la extraordinaria
frecuencia y señalamiento de los aseos públicos en muchas ciudades grandes,
obviamente gratuitos: a la civilización china no se le ha ocurrido todavía
poner precio a lo necesario (por cada gripe, por ejemplo, diez euros; un
catarro con mocos, 7 euros; sin mocos, tres; cada tos, diez céntimos....) y de
ahí a otras carencias (impuesto a los cojos, a los ciegos, a los niños, a los
viejos, a los enamorados....; de donde se pasaría a los impuestos por granos,
calvas y berrugas, verbo y gracia). Por cierto, creo que a la palabra berruga le viene bien la b-, y por eso
va así. Cien euros cuesta el nuevo diccionario de la RAE.... Sin comentarios.
estación de Lyon en París |
No se han dado cuenta las autoridades del negocio que se abre,
retomo el tema del pis. Los catalanes,
que en esto sí que son avispados, ya han introducido pagar los pises en la
estación de Sants, y supongo que también en otros lugares públicos. Téngase en cuenta que el viaje en metro por
Barcelona (2,15 billete simple), ya es bastante más caro que el de París (1,80
me ha costado trasegar entre estaciones con el RER) y que con algunas
triquiñuelas bien organizadas se puede sacar excelente tajada al usuario. Pongo
un verbo y gracia: para cambiar un billete de TGV Paris-Barcelona, la página de
la SNCF te lo consiente, pero el cambio implica que pagas prácticamente el
doble ahora, o en otras palabras, que no te cambian nada, sencillamente te
vuelven a vender otra vez el billete. Más sutiles y venenosos en RENFE, cuando
intentas cambiar un TGV, por ejemplo el de Barcelona-Madrid, no te permiten que
elijas ninguna de las tarifas que no sean la íntegra, aunque estés devolviendo
un billete promo, dorado, infantil.... y quieras comprar otro de las mismas
características. El resultado suele ser el mismo: prácticamente pagas otro
billete nuevo, o lo que es igual: no te permiten el cambio mondo y lirondo, te
engañan para que pagues el cien por cien de tu billete otra vez. Eso se llama
“servicio público”, o “trato cortés al pasajero”, y cosas así, algo que no se
sabe lo que es en estos países, lo de la función pública.
Vuelvo al pis. Todavía no se ha llegado a la distinción, por
precio, de las aguas mayores y menores, aunque en la estación del Norte, en
París, ya te señalan el lugar del pis de pie o el excusado, supongo que según
la cara de necesidad que pongas. Si se situaran algunas cámaras en los retretes
se podría pedir un precio especial por las diarreas. En fin, no quiero seguir
por ese camino, que ya se ve que está encenagado.
Es el caso que he hecho estación –cómo le cuadra aquí la vieja fórmula
al discurso– en París, en viaje de Reims a Troyes, y en la capital he tenido un
par de horas entre la estación del Este y la del Norte, una de las veces; y
entra la del Norte y la de Lyon, la otra, en esta ocasión para volver de Arras.
Aquella, como dios manda que sean las estaciones, con sus arcadas, sus vías,
sus puestos y empleados, el gran panel de las llegadas y salidas, el incesante
movimiento de viajeros.... ¡qué estación más hermosa! Sin embargo, la del Norte
engaña con su enorme fachada de piedra: por dentro parece un metro de menos
valer, sin salas de espera ni un mal lugar para sentarse y tomar un café hasta
que el tren salga, leyendo los escándalos de la política francesa, deliciosos
en estos momentos, si uno se acuerda de los escándalos de la política española.
Tiene una sala arriba, que se llama London,
que no es tal, sino la línea de embarque para viajar a Londres con el tren que se
sumerje (¿no parece mejor escribir sumerge
con j?) bajo el Canal de la Mancha, y que está apartado y cuidadosamente
vigilado por cancerberos de emigración y otros individuos. Ni un asiento en ese
lugar.
Eso sí, mi tren, que después de ir a Arras entra en Bélgica y se
pierde e los países florales del Norte –me acuerdo de la belleza del nombre
chino de los países bajos (`loto orquidea`, 菏 兰, hé lán) – lleva ya veinticinco minutos de retraso parado en la estación;
y es el segundo retraso que me pilla, en otro anterior, el tren que me traía
desde Dijon a París perdió otros quince minutos y casi no me dio tiempo a
enlazar con el de Troyes. El retraso me ha servido para escribir esta rápida
nota y, a pesar de todo, encarecer la gracia de los viajes en tren por Francia,
que suelen ser gratos, rápidos, puntuales y muy caros, como cualquier cosa
entre nuestros vecinos que no sea visitar iglesias. Es además muy utilizado por
la población, que se mueve mucho de un lado a otro, casi siempre girando en
torno a las grandes ciudades.
Hace poco una amiga china me aconsejó que para deambular por su
país me “vistiera de chino”, y no supe, la verdad, cómo hacer lo de los ojos y
la piel, aunque imité su graciosa manera de andar, que en el caso de las damas
se caracteriza por muchos pasos rápidos, pero cortos. No me dio resultado. En
Francia sí, me disfrazo de francés –o lo intento– y visto ropa de invierno
oscura con alguna bufanda o pañuelo elegante y mis mochilas bien elegidas; ando
recio y convencido, miro a los ojos de las damas fijamente –eso lo hacía ya en
español, prohibido en chino–, sin hablarles nunca, trato a todo el mundo de
usted, comido (del verbo “comedir”), y me mantengo altivo y seguro. Funciona:
ya me han preguntado varias veces –en Reims, por ejemplo– que dónde está “la
gare” y cosas así. Y hasta me parece normal que me hayan cobrado por un café en
ese misma “gare” casi cuatro euros, y los cinco y pico de marras en la de Lyon.
Claro –vuelvo al motivo– que también se puede hacer pis a la viaja
usanza, cuando nadie te ve. Ya sabes, como Picasso y Stravinsky en el Arqueológico de Nápoles.
Para mearse de risa, empapar la braga/calzoncillo, sentir el calorcillo piernas abajo, y luego hacer chof chof con los pies ahogados de anís/pis.
ResponderEliminarNos sacuden los euros como los aceituneros hacen con las aceitunas, :)
Me encantó la ironía que derrochas en esta historia viajera.
Bonne route, Pablo!