No sabía si cerrar mi estancia en lejas tierras con el final de la historia del paraguas (véase capítulo anterior) o con una exhibición de la exquisitez china cuando en el aeropuerto de Hangzhou –limpio, ordenado, elegante, silencioso...– pedí algo de fruta en el bar y luego utilicé sus servicios.
La fruta que me sirvieron es la de la foto que encabeza esta entrada: duró su preparación un buen rato, claro, costo unos cuatro euros.
Y en los retretes del aeropuerto me encontré con unas cuantas citas poéticas de un famoso calígrafo chino, en diálogo con unos delicados dibujos de la madre naturaleza. Refinamiento sin par que puede exhibirse cuando se hable de la falta de higiene y otros accidentes de la vida cotidiana en China.
Reproduzco la serie, primero con la modalidad puramente artística y literaria, luego en su modalidad real y funcional, por mucho que pueda desencantar:
Pero como tengo que irme –desgraciadamente, los visados no dan para más– embutiré en esta misma entrada también la historia final de mi precioso paraguas, comprado por un euro (10 yuanes) un día de lluvia. En la foto, bien se aprecia que después de sus aventuras y de viajar por medio mundo, se abrió para mirar mi casa madrileña:
El paraguas por
fin viajó conmigo
no lo pude
dejar abandonado
lo llevaré en
Madrid cuando haga falta
lo luciré en la
calle de Serrano
alguna dama de las
que allí viven
preguntará que
dónde lo he comprado
le diré la
verdad –a medias solo–
que el paraguas
de lejos ha viajado
pasó por
amsterdam tuvo un disgusto
mantuve mi
criterio y lo he logrado
dama que con tan
buen gusto me inquiere
protegerse
podrá conmigo al lado
¡oh dama de
postín que de la lluvia
bien se libra
agarrada de mi brazo!
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