Troyes merece más tiempo y más contemplación. Situada al sur de la Champagne, rodeada por el Sena, antes de que se dirija hacia París, ha sabido conservar el aire de una ciudad vieja, pero sin conservar al mismo tiempo pobreza, suciedad y abandono.
De hecho, una de sus arterias principales, la calle E. Zola, aparece como remodelada en el año 2006; pero esa atención se disfruta muy bien en el casco viejo de la ciudad, en el puñado de iglesias –catedral, San Urbano, la Magdalena, Santa Margarita, San Remy....– que abren plazas y espacios alrededor, habitados por los tilos y las hayas otoñales; y sobre todo o al mismo tiempo que en plazas eclesiásticas en los centenares de casas que han conservado su estructura única de vigas y pilares de madera a la vista. Esta vez el afán urbano conservador de los franceses ha logrado un ambiente único que concede al paseante la sensación de serenidad y belleza. Y sin abrumar demasiado con Juana de Arco, que aquí vivió parte de sus aventuras históricas.
Lamentablemente he cruzado por Troyes y Reims dos días de fiesta, feriados, con muchos lugares, entre ellos museos y bibliotecas, cerrados. En el municipal de Troyes –las ciudades francesas de tipo medio mantienen vivos varios museos, afortunadamente– se anunciaba Chagall, como una consecuencia pictórica de las vidrieras eclesiásticas que –recuperadas, rehechas y en algunos casos conservadas– constituyen prácticamente el único elementos decorativo del interior.
No me he atrevido a comer la especialidad de la ciudad, unas largas y, al parecer, sabrosas salchichas hechas con tripas y otras carnes. Traicioné a la región y cené unas crêpes, en un arrebato pasional que me llevó a recordar a una novia francesa de Saint Malo, Dominique, que miraba con unos ojos verdes grandes como los de la catedral de San Pedro y San Pablo de Troyes. Por cierto, a esa catedral le falta la torre de San Pablo, por circunstancias históricas. Parece que falta san Pablo, vaya.
No me he atrevido a comer la especialidad de la ciudad, unas largas y, al parecer, sabrosas salchichas hechas con tripas y otras carnes. Traicioné a la región y cené unas crêpes, en un arrebato pasional que me llevó a recordar a una novia francesa de Saint Malo, Dominique, que miraba con unos ojos verdes grandes como los de la catedral de San Pedro y San Pablo de Troyes. Por cierto, a esa catedral le falta la torre de San Pablo, por circunstancias históricas. Parece que falta san Pablo, vaya.
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