Paseando por la correspondencia de Antonio Machado uno se encuentra frecuentemente con Juan Ramón Jiménez, con Unamuno, con Ortega y Gasset; pocas veces hay referencias directas del poeta a aspectos métricos: sus comentarios sobrevuelan por temas y motivos, no suelen descender a taller, si bien en muchos casos se deducen de ese tono general, que cuando se dirige a Ortega está delatando la admiración por el vigor elegante de su prosa; cuando se trata de JRJ, sencillamente, es un verdadero fervor poético hacia otro modo de trabajar los versos; cuando Machado habla a o se refiere a Unamuno, el tono crítico es también muy peculiar, las referencias son a su capacidad para remover conciencias personales y sociales. Algunas veces, sin embargo, con exquisito rodeo, el comentario –sin olvidarnos de que es epistolar– alude a algún rasgo del estilo del rector salmantino, como cuando comenta informalmente que "Cierta rudeza y monstruosidad hay, no obstante, en la prosa de Unamuno que nos hace pensar en la tierra vasca...." Juicio que también apunta en Ortega y del que era consciente el propio Unamuno, como se verá en la cita final de esta nota.
Hago pausa, porque esta entrada está escrita en Buenos Aires, y porque en los paseos por la ciudad, también topa uno con Ortega –con placa y busto en La Recoleta, que es lo que reproduzco.
El caso es que Unamuno interviene –¡y de qué manera!– en la batalla de los alejandrinos. Lo voy a señalar someramente ahora, como uno de los datos que llevo para una exposición en el congreso de la AIH, porque, por lo demás, no creo que me dé tiempo a hacerlo en ningún lugar de otra manera y, en su mayoría, son datos inéditos.
Desde
finales de siglo andaba Unamuno borrajeando versos e interesándose cada vez más
por la poesía. En 1907, por fin, reúne y
escribe Poesías, un libro bastante extenso, sobre todo si se compara con los que entonces publican los machado, Juan Ramón, etc. Hay que advertir que
don Miguel también se carteaba con Darío, JRJ, AM.... y otras grandes figuras del
panorama poético. Es uno de esos corresponsales impenitentes de nuestra historia literaria, como Teresa de Cepeda, Mayans, Varela.... Para nuestro tema, acababa de prologar (en 1906) un libro de Salvador Rueda, otro contendiente de la batalla de los alejandrinos y quizá el único con que podía competir en abundancia de versos.
La razón de la abundancia es doble. Poesías
es, para empezar, un verdadero laboratorio poético. Unamuno quiere estar en todos los frentes:
temas, motivos, ritmos.... y para eso acude a su sabiduría clásica y a sus conocimientos,
sobre todo lingüísticos, de manera que el lector va de lo uno a lo otro, pero
termina siempre por distinguir el gesto adusto, algo agresivo y egocéntrico del
rector de Salamanca, al que quizá le haya faltado algún control para no vocear
tanto, o haber desechado –es la segunda razón para explicarse la abundancia– poemas, digresiones y reiteraciones. Lo curioso es que en ese extensísimo libro solo nos encontramos con aparentes alejandrinos en el caso de un poema (probablemente de 1906), de sextetos cuyo
tercer y sexto verso es un heptasílabo. El poema es rítmicamente clásico
(heroicos y sáficos), incluso en el caso del heptasílabo que quiebra, que es
siempre heorico. Concede dos hiatos hemistiquiales y no llega ni siquiera a la
compensación. Habrá que esperar al Rosario
de sonetos líricos (1911) para que se atreva a ensayar con otra música. Eso
sí, en su primera asomada poética ha llevado a poema silvas de versos pares (“El coco
caballero”, “Mi niño”, etc.), todo tipo de mezclas quebradas, silvas impares
que descienden al pentasílabo (“Hermosura”, “El Cristo de la Cabrera”....), y
ensayos de versolibrismo (Salmo II), especialmente en “La vida es limosna”,
digresión poco lograda, poéticamente hablando. A veces acude a los raíles
modernistas, por ejemplo a los juegos de dodecasílabos, quebrados por
hexasílabos (“Muere en el mar el ave que voló del buque”) o por octosílabos
(“No eres tuya”).
En
algún momento de ese prolijo e interesante poemario sorprende la aparición de algún
alejandrino –o que se le acerca, ya veremos que en realidad es un tridecasílabo– solitario, cuyo ritmo se suele escapar, al
iniciar poema, como en
"No
me mires así a / los ojos, hijo mío" 1.3. + 2.4
que
más bien parece un arranque de silva, e decir un endecasílabo alargado (por el
“mío”) cuando todavía no se ha definido el ritmo. Ya de por sí es interesante que Unamuno no incurra en un ensayo versal sobre esta modalidad rítmica, tan de moda.
En
el Rosario Unamuno ensaya seis veces
–de 128 sonetos– algo que parece alejandrinos, a mi modo de ver, con poca fortuna, sin saber cuajar sonoridades
que ya habían empleado Darío, desde luego, pero también JRJ y otros poetas, entre ellos su propio hermano Manuel. No
sé si es que entra con demasiadas novedades o si es que no logra dominarlas;
así, en el que es aparentemente el primero (el XLIX, Sueño final) cruza los hemistiquios con palabras largas o desprovistas
de cuerpo rítmico. Muy extraño es que, empapado de Darío y de la Melancolía de JRJ, esté intentando algo semejante, lo que
corroborarían los tridecasílabos que exigen rupturas en sexta acentuada, las
compensaciones y los hiatos, que todo
eso hay. Sin embargo, sin embargo.... lo que Unamuno está llevando como novedad al campo de batalla son ¡sonetos de tridecasílabos! Véase, presentados con una presunta cesura hemistiquial para ser ritmados como alejandrinos, pero son su identidad silábica, de 13, perfecta:
13 Álzame al Padre en tus / brazos, Madre de
Gracia,
13 y ponme en los de’ Él / para que en ellos
duerma
13 el alma que de no / dormir está ya
enferma,
13 su fe, con los insom/nios de la duda,
lacia.
13 Haz que me dé, a su ama/do, sueño que no
sacia
13 y a su calor se funda / mi alma como
esperma,
13 pues tan solo en el sueño, / a su calor
se merma
13 de este vano vivir / la diabólica audacia.
13 Este amargo pan de / dolores pide sueño,
13 sueño en los brazos del / Señor donde la
cuna
13 se mece lenta que hi /zo de aquel santo
leño
13 de dolor. Ese sueño / es mística laguna
13 que en eterno bautis/mo de riego abrileño
13 con su hermana la muer/te la vida
reanuda.
Nótese, además, que no es una cadena rítmica, por más que engañe su arranque (1.4.7.....), que enseguida se pierde. Unamuno
no se percataba que cualquier tridecasílabo que no lleve acento en quinta está
condenado a sur absorbido por el ritmo de los alejandrinos.
Lo
curioso es que va a insistir en esa fórmula en los siguientes ejemplos del Rosario: el LVI,
“La encina y el sauce”, con los mismos problemas, aunque silábicamente sea
perfecto; el LXIV, “Días de siervo
albedrío”; el LXV, “Siémbrate”; el LXXXVII, “Noches de insomnio”; y el CXXIII,
“Nihil novum sub sole”.
Creo que no se ha señalado nunca esta curiosa incursión de Unamuno en el taller poético de hacia 1907 intentando hacer valer un metro que solo Juana de Ibarbourou, Sinibaldo Mas o Cirlot –por citar lo más relevante– habían ensayado, con escasa fortuna también. Ese
fue el modo de intentar contribuir Unamuno al furor musical que había escuchado
en los poetas que más admiraba. O como dirá él en el prologo de Andanzas y
visiones españolas (1922) el intento de crear música con palabras, “de una música, si acaso la tienen, esquinuda y
rígida, angulosa y dura” (p. 813 de PC).
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