Yo no tengo ninguna duda sobre la calidad poética de la obra
de Blas de Otero, que llena cuarto de siglo de nuestra historia literaria
(digamos: entre 1950-1975), durante un periodo entre confuso y contradicho –poco
a poco se irá clareando–en el que su obra emerge con un caudal de voces líricas
incomparables.
Se acaba de publicar –¡por fin!– su poesía completa, al cuidado
de Mario Hernández y Sabina de la Cruz, 1300 páginas de lectura y relectura que
me vuelven a remover el placer –por un lado– de leer buena poesía, y que me
traen nuevamente el testimonio poético impagable de una época reciente, muy
peculiar, de nuestra historia. ¿Que más se le puede pedir a quien escribe sino
hacerlo bien y enseñarnos a mirar lo que le rodeaba? Blas de Otero lo hace y no
de una manera estereotipada, fría, fija: se mueve con la historia y se mueve
con el tiempo: esa indudable frescura de cada libro, esa capacidad para
recoger, sintetizar, recrear, es la del buen escritor, que no fija sus ojos
para siempre sino que camina, viaja, mira, observa y en cada tiempo y situación busca el modo de verso que
conviene y cuenta, porque su paso es comprometido, emocionado, fértil.
He leído durante estas semanas críticas en sentido contrario
–ninguna más reaccionaria y burda que la de El
Cutural.es, no conozco a quien la ha escrito–, escrita precisamente desde
la postura contraria, desde la piedra desde donde se hace una foto fija a toda
la historia. A Blas de Otero hay que leerlo al contrario, con el tiempo, la
historia, la vida pegada a sus versos y acompañarle en el aire cambiante de sus
canciones.
El volumen, por lo demás, reconstruye toda su trayectoria
poética, incluso con poemas juveniles, entrevistas, inéditos.
He aquí uno de esos poemas desconocidos, aunque familiar al
que conozca su obra, muy de uno de sus modos de hacer: la “Canción XIII” (p.
1065), el juego de las denominaciones, estáticas, en este caso sobre tierras castellanas,
aragonesas, alicantinas, andaluzas, con una nota de esperanza final,
quebrándose con ritmo dominante de seguidilla, concesiones al romancillo y al
romance, es decir: escribiendo ya con mucha libertad.
La noche se echó a un
lado,
entró, riente, el
alba.
Por los cielos azules,
por los campos de
España,
sobre al torre
de San Miguel de
Palencia,
hacia Valladolid,
sonrió sonrosada,
saltó sobre los
puentes
del Ebro, descorrió
el aire en Sierra
Aitana,
tamborileó
en las costas de
Málaga,
alba soñada,
entreabriendo
la puerta de mañana.
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