De repente, Durero, en el Museo de la Biblioteca Nacional; en los preciosos cuadernillos de la Fundación Juan March, en la exposición del patrimonio de la casa de Alba....
Un rico tesoro de grabados que ilustra el arte –y de ahí, la vida y la imaginación– de la Europa que renace. La mayor riqueza en las salas del Museo de la Biblioteca Nacional, rincón de ese inmenso lugar en donde ocurren –a veces de modo incesante– tantas cosas que no habría que perderse.
Por recordar solamente lo inmediato o lo actual: he pasado de ver los autógrafos de Lorca, a una exposición sobre el Jazz, otra sobre la mujer escritora, de refilón he notado que había algo referido al mundo infantil, se anuncian encuadernaciones mudéjares.... y todo esto en el Museo o en sus aledaños, que ya es por sí mismo un lugar recoleto, grato, en donde se acumulan objetos y resultados de experiencias. Todo contemplado por el busto de Quevedo, el que hubo de esculpir Alonso Cano.
Por recordar solamente lo inmediato o lo actual: he pasado de ver los autógrafos de Lorca, a una exposición sobre el Jazz, otra sobre la mujer escritora, de refilón he notado que había algo referido al mundo infantil, se anuncian encuadernaciones mudéjares.... y todo esto en el Museo o en sus aledaños, que ya es por sí mismo un lugar recoleto, grato, en donde se acumulan objetos y resultados de experiencias. Todo contemplado por el busto de Quevedo, el que hubo de esculpir Alonso Cano.
No es solo la exposición –tomo por ejemplo la de Durero–, planificada con celo, casi perfecta, sino la labor de quienes la han hecho para que el visitante la contemple de modo sensato, sino también las sobrias y precisas cartelas y, finalmente, el catálogo, irresistible a pesar de sus 35 euros cuando uno sale de las salas –¿algo oscuras?– y no quiere esperar a que lleguen a los Vips, porque los grabados de Durero, y los comienzos de la historia del grabado, ayudan a comprender aquella historia, que es –en mi caso, además– la que va de La Celestina a Garcilaso, pasando por Castillejo, la novela sentimental o los hermanos Valdés. Y no son palabras: Albrecht Altdorfer, para el Danubio de Garcilaso; Hans Weiditz, para la Celestina –que ilustró, y que no se expone–; etc.
Adán y Eva |
La deuda y agradecimiento es por tanto hacia el Museo, primero, hacia quienes han ido preparando con conocimiento y dedicación, sin duda, la exposición –Concha Huidobro al frente–, y han confeccionado el catálogo (reproduzco el índice del catálogo), hacia todos los que han propiciado que el Museo de la BNE sea un motor cultural de digna labor.
Hambre cultural evidente delatan los grupos que entran y las gentes que mueven: tarea callada que termina en aquellas mujeres que contemplan en silencio el famoso grabado de la melancolía, o que comentan cómo el aburrimiento da pie a las malas tentaciones, o los detalles de cada grabado que remiten a ideales de belleza, nobleza, riqueza, etc. que ya no son los de ahora, pero que movieron un mundo lejano y todavía nuestro a la vez. Un mundo que comenzaba: perspectivismo, detalle, experimentación, aparición de la naturaleza, etc. Lección de historia que no se dice, sino que se ve, y que modela nuestro modo de ser y de pensar. Diálogo con la historia que sin cesar nos construye, para que durante nuestro paso por la historia actual no nos equivoquemos demasiado y no nos engañen.
Melencolía |
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