A la salida del Museo de manuscritos y cartas de París, una pareja de españoles se preguntaban si merecía la pena pagar siete euros para ver el nuevo museo, que antes estaba en una bocacalle de la Rue de La Seine; yo salía, les escuché y les comenté que, si les interesaban los manuscritos, que sí, que no conocía museos de ese tipo –quizá la vieja exposición del British Museum sobre la historia de la escritura, que no sé si ha sobrevivido–, y que en este caso el sentido de la claridad de nuestros vecinos, y el mimo hacia su cultura, habían logrado crear un lugar grato, interesante y valioso.
Poema y dibujo de Max Jacob (c. 1921-1927) |
Es verdad que a mí no me interesó demasiado la exposición temporal sobre los papeles del general De Gaulle, pero eso quizá fuera culpa mía, que viví los últimos años del general (el 69) cuando era lector en Saint Malo, en Bretagne. Tampoco van muy allá los dos o tres armarios sobre los orígenes y modos de la escritura. Sin embargo, el despliegue de originales artísticos, culturales y literarios me cautivó. Enseguida pensé qué fácilmente hubiera podido hacerse algo semejante con todo lo que conserva, sin ir más lejos, la Biblioteca Nacional de España, y no digamos si, como ocurre en este museo, una exposición semejante se hubiera apoyado en lo que hay de valioso o interesante en otros lugares de riqueza patrimonial única, como el Palacio Real, el Museo del Prado, el Archivo Histórico de Protocolos, la vieja universidad (Valdecillas)... En fin.
Autógrafo de Mozart |
Saint-Exupery |
Autógrafo de Ravel (1919) |
El paseante puede contemplar algunas piezas históricas, incluso medievales, pero sin duda la parte más jugosa de la historia del país vecino está aquí recordada por los papeles de la revolución, los napoleónicos y los de las guerras y desastres modernos –incluyendo el hundimiento del Titanic, que tiene amplia documentación. Al margen de estos sucesos conocidos, determinantes, contundentes, resulta mucho más interesante seguir el camino de la ciencia, de la música y de la cultura, que muestra desde escritos sobre la teoría de la relatividad, o el descubrimiento de la fotografía, etc. hasta autógrafos de Brahms, Mozart, Listz; partituras de Beethoven, Wagner, Ravel Debussy, Bicet, Faure.... Me resultó interesante la moderna máquina (vamos, del s. XX) de descifrar, ya que la letra cifrada era abundante desde la antigüedad y todavía no he visto –pero sé que los hay– cartillas de descifrar antiguas, de los siglos xvi-xvii.
Obviamente la parte en la que más tiempo me detuve fue en la literaria, muy rica, tanto más cuanto más nos acercamos a la literatura del siglo XX, generosamente representada. Los ejemplos de Saint-Exupery Max Jabob más atractivos, por sus dibujos, que los de Verlaine, Baudelaire, Mallarmé, etc. Aunque no deja de ser sorprendente el de Paul Eluard, que no conocía. Y otros muchos, en los que se puede ir más allá de la contemplación: la claridad de Voltaire, el clasicismo implacable de Mendelsohn, el sentido artístico en la escritura de Ravel, los ramalazos dramáticos de Thaikovsky, etc.
Comprendo que hay algo de fetichismo en eso de detenerse delante de una hojilla amarillenta en la que Rimbaud borrajeó unas líneas, es decir, un tipo de adoración ante un objeto que estuvo en las manos de Mozart. ¿Sensación de misterio? ¿Contraste entre lo caduco y cotidiano, y lo permanente? Meditación histórica a partir de las huellas humanas de algo que consiguió sobrevivir por un esfuerzo exquisito de la inteligencia, de la expresión, de la emoción. Es un camino que me hubiera podido llevar a Père Lachaise, en donde nunca he estado.
Partitura autógrafa de un lied, de Beethoven |
¡Qué envidia! Habrá que volver a París...
ResponderEliminardebería haber uno en México!
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