Parte de esta entrada, redactada entre aeropuertos, cafeterías y parques se perdió en un trasiego de baterías, vistas previas y demás. Recuerdo que comenzaba con un párrafo en el que explicaba que el otro día me encontré con Luisa de Carvajal en el Pompidou y que nos fuimos a tomar algo a una cafetería cercana: me dejó que le hiciera la foto y hablamos brevemente, porque tenía el tiempo tasado para faltar a su puesto. Estuvo elegante y tenaz, como yo la imaginaba. Eso sí no sabía que fumara ni que le gustaran los daiquiris.
Los grabados en madera o cobre de las primeras hagiografías no le hacen ningún favor, pues le reproducen con enormes napias y nada dicen de una cierta elegancia natural, la que yo había encontrado en las cartas a Inés de la Asunción, al hablarla de trapitos: .... mi traje es una ropa de bayeta negra de Segovia, que los principales la usan mucho, hasta el suelo, y llena de pliegues, como las, de los de los Consejos de allá y mangas justas con brahones llenos de lazadas de cintas negras; y cuando ha hecho calor esta es y será de anascote negro... El corpiño, alto hasta la garganta, como jubón, y la basquiña con pliegues es de anascote negro, y una valona delgada sin guarnición ni vainica, llanísima y muy grande, raras veces gorguera; aunque es traje de ancianas, por ser más desembarazada y de menos costa la banda o valona. En la cabeza, una cofia de holanda ahora; y en el calor, de Cambray, que es traje de pobre gente, y dos dedos de cabello, muy llano y estirado, descubierto.... Duraba, como se ve, todavía la gravedad del atuendo en personajes de alcurnia, como había predicado el rey muerto, el que pinto Pantoja, ya de pelo blanco. Ella misma cuenta –y en varias cartas– la risa que les entró a los carceleros cuando su segunda detención en Londres, porque pidió al juez que no le encerraran con varones, y el juez le espetó que aunque fuera la única mujer en la cárcel, tan fea era que ningún varón le inquietaría.
Algo debería tener cuando andaban enloquecidas a su alrededor tantos "angelitos", que así se refería a ellas –"dulcísimos angelitos"– en su epistolario, tratándolas, eso sí, con dureza de varón, excepto a Inés, a quien riñe por adelantado suponiendo que tiene la cabeza donde no la tiene que tener. Es la reprimenda a la persona que se quiere. Alguno de esos angelitos, particularmente esta misma Inés, lo pasó muy mal cuando el confesor de Luisa le prohibió que le acompañara en la jornada de Inglaterra, porque su fin no era combatir las ideas de los herejes, sino estar al lado de Luisa. Y le enviaron a un convento de recoletas de Medina, desde donde se cartea –con permiso de la superiora, claro– con Luisa, que siempre le trató con su qué de afecto, como al ángel que se quedó en el camino.
Era tenaz Luisa, porque aunque en la frontera, en su último viaje desde Sant Omar, le quitaron los instrumentos de disciplina, los rehízo en Londres y los guardaba celosamente entre sus pocas pertenencias. Dos cosas guardaba celosamente: las disciplinas.... y los escritos, particularmente las poesías, de una encendida inspiración amorosa, en la tradición de la mejor poesía mística. ¿Que quiere decir que alguien guarde las poesías que ha escrito?
Notre Dame, desde el pobre san Julián |
Malos obispos se llevaron las disciplinas a la capital para mofarse de ellas, se queja en otra carta. No eran ya las cuerdas de vihuela con las que su tío, el virrey y consejero Francisco de Mendoza, le llevaba de madrugada al oratorio y pedía que le desnudaran y le azotaran sin piedad –"como a una esclava", para acallar sabe dios qué tentaciones. Pero, ¿tan fuertes eran las tentaciones, las del virrey, las de la adolescente que era Luisa, las de la esclava, que había que alcanzar un grado limite del dolor, el dolor desnudo de una adolescente? ¿Lo vencieron o lo trasformaron? Será difícil saber qué senderos humanos recorrió Luisa, por mucho que los grandes críticos norteamericanos descubran sus textos y abran un curso sobre problemas de género. Solo nos cabe la imaginación, pero la nuestra, porque la histórica es muy difícil. Hoy no consentiríamos una escena semejante, quizá solo si supiéramos que la escena era falsa, y que la adolescente de marras recibe los golpes dulcemente como castigo de quien le quiere y que terminará en efluvios, o cosas así. Es decir, como un juego amoroso. Me temo que en el castillo de Almazán y a media noche y con la sangre ya en las espaldas de Luisa, que va enhebrando jaculatorias y agradeciendo aquellos sacrificios, la cosa es mucho más complicada.
Cuántas veces agradece uno, casi sin darse cuenta, algún pequeño signo de la civilización, algún signo de que sí, de que en algo se progresado.
Luisa de Carvajal en penitencia, en formulación parisina de los años treinta |
La vida de los otros inquieta, la de ayer y la de hoy. ¿Nos interpretarán bien? ¿Sabrán lo que hemos dicho, lo que hemos hecho, lo que hemos pensado? Seguro que no; o tan solo parcialmente, por los pelos.
París visto desde la terraza del Pompidou. el fantasma del fotógrafo arriba |
Sainte Genevieve y el Panteón, con el primer sol en la fachada |
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