Doy noticia de actividades quevedianas en Pisa; en realidad debería decir del encuentro que tendrá lugar en La Escuela Normal Superior de esa ciudad sobre las relaciones entre Italia y España durante el barroco, en este caso a partir de viajes, actividades, obras, etc. de Quevedo.
Nadie va a descubrir a estas alturas tan hermosa ciudad toscana, que estoy recorriendo, admirando y queriendo durante el puente de santo Tomás. El sol del atardecer –con el que di mi primer paseo– deja esos juegos de luces y sombras, de los que son protagonistas las torres de la ciudad y los inmensos plátanos, podados muy arriba, como garabatos gigantescos en el cielo azul, así en la plaza de los Mártires de la Libertad, cuando el sol de la tarde se emborracha con el ocre de las fachadas.
En cuanto anochece, la ciudad cambia de estilo e ilumina su arteria fluvial –el Arno–, flanqueada de palacios y casas antiguas. Es admirable el respeto con que Pisa se ha tratado: ni un solo hormigón que rompa el rojo de los tejados o que quiebre la luz de un horizonte limpio.
Como hace frío, el viajero busca las plazoletas del centro, o se pierde en las callejuelas que confluyen en la parte vieja en los soportales de las ciudades lluviosas.
Calle del moro |
Palacio Puteano |
Escribiendo y trabajando llega el amanecer. Y la luz cambia primero las siluetas de los edificios, despeja luego la niebla. Aparecen los primeros estudiantes que van en bicicleta. Aquí también es tiempo de exámenes.
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