Siempre tuvieron las plazas y los alrededores de los mercados un sabor peculiar; de hecho, en muchos lugares de la Península el mercado se llamaba "la plaza", y antes se decía "voy a la plaza" por 'voy a la compra'.
Callejeando por Pisa he atravesado varias veces la "plaza" y los andurriales, he husmeado los puestos de fruta y verdura, he visto los escaparates de las tiendas y observado los mostradores de carnicerías y pollerías. Todo el barrio, entre el Palacio Garibaldi y el Palacio Agostini, parece ser lugar de puestos del mercado; de hecho, las mayores fruterías y verdulerías quedan abiertas hasta muy tarde, ya noche cerrada, cuando la plaza se ha vaciado y limpiado.
El viajero, a quien le ha dicho hace tiempo que sea moderado con el azúcar, se para a contemplar dulces y pastelerías (Pisanine di San Ranieri, Buccellato, Panforto....) Y luego se queda ensimismado ante la variedad de alcachofas y las diferentes verduras, algunas de las cuales conoce, desde luego, pero revisten formas (¿y sabores?) caprichosos, como las tres modalidades de achicoria para ensaladas.
Las he comido ávidamente hoy en el limpio comedor de la Escuela Normal, eran las de siempre, hervidas y luego aderezadas con aceite y vinagre; pero Valentina, que comía a mi lado, me ha comentado por encima que es usual comerlas crudas, bien peladas, desde luego. Así las recuerdo yo, hace tiempo, en Bretagne, las enormes alcachofas cuyas hojas mojábamos en una vinagreta y mordíamos.
Es muy rico el tema de las alcachofas, parece. Y se reitera.
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