Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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domingo, 3 de abril de 2011

Apretado mi corazón y penetrado de una gravísima herida....

Ya dijimos que antes de que cambiara el siglo Luisa se había torturado intentando comprometer su vida con unos votos que le llevaran a la santidad, a ser posible pasando por el martirio. Los redactaba una y otra vez, rompía borradores, los volvía a redactar, se los sometía a los que seguían de cerca su vida.... Se han conservado no menos de diez hojas con estos votos, las últimas, curiosamente, las más sucintas y breves, como se verá por una de las que doy a conocer ahora.  
Algo ocurrió, sin embargo en Valladolid y luego en los pocos años en los que vivió en Madrid, junto al colegio de los ingleses, en la calle Atocha, para que le pidiera al rector de los jesuitas que le eximiera de guardar los votos y le dejara, a pesar de esa renuncia, limpia la conciencia; lo que así hizo el padre Esteban Ojeda, que ese es otro de los documentos ya aparecidos en este cuaderno. Poco después pedía un salvoconducto para viajar a Flandes, escondiéndose en nombre ficticio, lo que despertó la curiosidad del monarca, que preguntó que quién era esa tal doña "Antonia"; es otro de los documentos que he dado a conocer. 
He elegido un par de hojas de los votos, una en limpio y resuelta (de 1598) ; la otra con los clásicos borrones y vacilaciones (de 1596), por si alguien quiere aplicarle la crítica genética, ahora nuevamente de moda. La letra de Luisa es limpia y correcta aunque con las normas de la época, claro–, transcribiré en consecuencia solo el documento de 1598.

Y así dice el que sigue:

Viendo que los impetuosos y delicadísimos afectos de dar la vida por Cristo nuestro señor, siguiendo sus dulcísimas pisadas y uniéndome estrechamente con el por este medio tenían en gran manera apretado mi corazón y penetrado de una grandísima herida, ya que no estaba en mi mano satisfacer a su deseo, quise acudirle con el alivio que puede, como parece en el voto que se sigue.
Yo, Luisa de Carvajal, lo más firmemente que puedo con estrecho voto hecho, prometo a dios nuestro señor, que procuraré cuanto me sea posible buscar todas aquellas ocasiones de martirio que no sean repugnates a la ley de dios y que siempre que yo hallare oportunidad semejante haré [¿? hay un borrón] rostro a todo género de muerte, tormentos y riguridad sin volver las espaldas en ningún modo ni rehusarlo por ninguna vía, y que cada y cuanto que me viere en ocasión tan venturosa me ofreceré sin ser buscada.
El haber hecho este voto ha sido para mí de tanto gusto y contentamiento cuanto lo será la posibilidad de ejecutarle, y en el interín me consuelo con el estrañamente, deseando (aunque miserable) sobre todas las cosas que en esta y en las demás se cumpla en mi perfetísimamente la voluntad de dios inestimable.


Con esos  votos, bien se comprenderá cuál fue la vida de Luisa en Inglaterra, a donde viajó poco después, y lo que tuvieron que hacer los dos embajadores, primero el Condestable y luego Gondomar, para guardar las maneras diplomáticas y proteger, al mismo tiempo, a la súbdita católica, a quien ademán enviaban dineros y ayudas de la corte madrileña, incluyendo el propio Monarca y sus privados.

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