Mi primera lectura pública, al poco de terminar la licenciatura, en la UCM, fue sobre modismos, en la primera reunión de la Sociedad Española de Lingüística, de la que fui socio fundador, pues entonces se constituyo; y a mí me sorprendían sobremanera las discusiones, por ejemplo, entre Víctor Sánchez de Zabala y los estructuralistas, que mandaban, por así decirlo, en las universidades y oficialmente. Siempre se distinguió la universidad por ese componente rancio, a la postre envenenado, sobre todo porque acogía siempre a los menos díscolos, lo que se puede leer como los mejor encerrados y conservados en un conjunto de ideas asumidas evangélicamente. Los estructuralistas se habían aliado con los estilistas, es decir, lo que iba quedando de la vieja Escuela Filológica Española, hacia la que se mantenía cierto respeto y veneración –don Ramón al fondo– por lo que tenían de rigurosos en el estudio objetual e histórico de la lengua. Nuestro mejor profesor era, sin duda, Rafael Lapesa, que hoy se lee bastante sesgado, como un vocero de ideas recalcitrantes (!), dios mío, cuando entonces compartía ascensor con Joaquín de Entrambasaguas y sus tropas.
La vieja escuela filológica se movió entonces en muchas direcciones: volvió Alonso Zamora Vicente, enseguida académico, a ocupar la cátedra de Dámaso Alonso en Madrid –a Dámaso Alonso le tuve de profesor–; ocupó un amplio espacio Lázaro Carreter, que asumió el "estructuralismo" como un correlato ideológico de su modo de hacer y pensar, que creo sinceramente que ha perjudicado a la vieja escuela filológica y se la ha llevado por los rincones inocuos del apartamiento. En alguna ocasión –un congreso sobre Cervantes en California; un curso en la John Hopkins; la explicación de su enemiga con Parker, etc.– ya advertí que contemplar –lo uso con su viejo valor semántico, eh– la literatura y la historia literaria a través de la pantalla de las palabras y sus variaciones era cercenar los textos, afeitar los cuernos al toro, probablemente con la intención, inconsciente o no, de reducir El Buscón, el Quijote, Miguel Hernández o César Vallejo a una combinación verbal que se saboreaba como "estilo", y pare usted de pensar. Todavía he padecido en las clases de la UAM la intervención de algún alumno –hoy profesor con nombre y apellidos– que interpelaba a sus compañeros en clase para que "volvieran a hablar de la literatura", cuando se habían extraviado, por ejemplo, por las ramas biográficas y textuales del Machado –Antonio– tardío. Intervenía el profesor, que todavía levantaba banderas, para comentar que "si la literatura no concierne a la vida, no es nada". Que por cierto, es lo que sigo pensando, aun con más ahínco que antaño.
Se me va el relato a batallitas, porque lo que yo quería decir es que, en consonancia con mi vieja preocupación por los modismos, realicé tesina y tesis sobre el Guzmán de Alfarache, bajo la dirección de un Alonso Zamora Vicente desengañado, de vuelta de todo, que solo buscaba publicar sus cuentos y novelas. Creo que fue una trabajuna enorme la que hice, fallida, por muchas razones que no son del caso.
Durante los últimos días, he aquí que han aparecido, que yo sepa, un montoncito de trabajos sobre modismos, en algunos casos llegados a libros, entre ellos los dos que aquí van, que pueden formar corpus con el jugoso repertorio de Seco y compañía.
No puedo ahora ocuparme de ellos, son desiguales y con algunos aspectos sorprendentes (¿quiénes habrán sido en verdad los autores de La ocasión la pintan calva?, ¿hacia dónde se encamina el libro de conjunto?, etc.); pero son golosos, porque, como siempre, el viejo modismo mantiene esa apertura metafórica que sobrepasa deliciosamente a los gramáticos, a veces necesitados de hundirse en la historia; otras, en las piruetas colectivas de una formación social; otras a entrar en el siempre peligroso universo de la imaginación; etc.
Creo que haría falta volver a afilar las armas teóricas para asumir el estudio de los modismos. No vendría mal encararlo con alguna de las teorizaciones nuevas, ofrezco la de Poetics Today, de la que doy el índice. Viene al pelo. La palabra de moda es "bidireccional". La ocasión la pintan calva.
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