Tradicionalmente la poesía ha tenido una función esencial
recoger mediante el lenguaje directamente lo excelso e inefable de la condición
humana. Y así se creó su historia. El refinamiento crítico, sin embargo, ya
hace más de un siglo que acertó a señalar que junto a esa función explícita (un
poema de amor, la emoción, el sentido de la naturaleza, etc.) otras había más
escondidas que se manifestaban y acarreaban al mismo tiempo: una “idea” del
amor, determinados resortes de la emoción, una estética, etc. Así se aprendió a escribir y leer poesía
teniendo en cuenta esa función implícita, cada vez más compleja, mejor
estudiada, con implicaciones profundas.
Durante la segunda mitad del siglo que se fue –los
antecedentes son muchos, claro– el giro de la expresión poética entró por esos
cauces: frente a la poesía tradicional, los poetas más conscientes quisieron
escribir directamente lo que latía implícitamente en su proceso creador; con lo
cual, primero, se apartaron de temas y motivos de la poesía tradicional,
alejaron a la poesía del público tradicional, porque ya no escribía
directamente una emoción, un sentimiento, una descripción, etc.; y en segundo
lugar, aceptaron que esa búsqueda de una nueva expresión necesitaba romper también
los cauces formales, normalmente asociados a la vieja función explicita de la
poesía.
Resultado: existe, junto a la poesía tradicional, apegada a
los viejos modos de expresar superficialmente lo inefable o lo excelso, otro
modo de crear que busca expresar los resortes secretos, y probablemente más
ciertos, de la poesía.
Seguiremos, pero voy a dejar antes un par de fotos, una de ellas con las violetas que han surgido, encima de un tiesto minúsculo y casi abandonado; la otra con unas ramas de cantueso que he puesto a enraizar.
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