En medio del coro de aplausos con que los políticos se regalan a sí mismos no se sabe qué, nos enteramos esta semana de que se ha votado el nombramiento del director de la TV pública por mayoría de 2/3 para que no quede atado al partido político del gobierno. ¡Cuarenta años han tardado en decir que van a independizar el noticiero más extendido, la máquina de engañar, y votar que, dentro de tres meses, se va a lograr su relativa independencia! Y se aplauden con las vergüenzas al aire. Habría que condenar por gandules -casi peor si lo hicieron adrede– a todos los que se han ocupado de la cosa pública durante cuatro décadas, sociatas, centristas y peperos, con muchos de sus derivados y sucedáneos.
Además. las cosas que se airean o aprueba el parlamento no significa que vayan a cumplirse, y no quiero enhebrar una nueva traca de falsedades, promesas incumplidas y demás (ahí está el cupo de los emigrantes). Para que algo de lo dispuesto y aplaudido por un ejército de corbatas indecentes funcione, hacen falta dos cosas: que el sistema sea correcto (la de una) y que las personas que manejan ese sistema sean justas y honestas (la de dos). Es tan fácil sacar el corolario que no voy a seguir arguyendo.
Es de esperar que se extienda penosamente ese sentimiento de vergüenza y que alguien ponga coto al nombramiento de fiscales, jueces y demás por los poderes públicos, o por quienes hayan sido designados por los partidos políticos. Porque sobre eso no solo se dice nada, sino que hasta el ministro de justicia –y se supone que el Consejo General del Poder Judicial–, nombrados, en el primer caso por el propio Rajoy, y en el segundo por un concierto de los partidos políticos, tiene la cara dura de proclamar a bombo y platillo que "son independientes" y que la justicia es "independiente". ¿Pero es que este señor Catalá no ha ido a la escuela y no se ha enterado de que algunos de sus compañeros aprendieron a leer y a escribir? ¿Como puede contravenir la verdad monda y lironda tan a la llana, impertérrito? ¿Cómo no se le subleva hasta la corbata y le manda a freír espárragos? ¿Pero quién piensa que le ha nombrado ministro de justicia, Gallardón, Dios, su abuela? Catalá es un señor que esconde las mentiras y las vergüenzas detrás de la corbata; un individuo tan malhablado que cuando habla consigue decir nada.
En España se está llegando a un punto en que la estupidez que segrega esta gentuza parece servir de anestesia general, como si la gente ya no esperara nada del ruedo ibérico. La mancha, como bien se adivina, es enorme, y ha ensombrecido lo que otrora hubiera podido mantener la dignidad, por ejemplo al convertir el Pais en periódico-basura. Las clientelas que se derivan de ese comportamiento inicuo alcanzan ya a una enorme masa de gentes, empresas, sociedades, colectivos.... será difícil convencer a la gente de cosas tan pregonadas y tan falsas como "que hacienda somos todos", "que la justicia es independiente", "que un presupuesto público se ajusta a la realidad", "que las plazas y puestos de funcionarios se ocupan por méritos", "que un ministro ni roba ni miente", "que no hay dinero para educación y sanidad"...... Se podría continuar como un vía crucis por estos cuarenta años de incapacidad. Eso sí, el calvario es Rajoy y su recua.
Lo que es evidencia en esas alturas, en el ruedo parlamentario y los círculos políticos, supura toda su gangrena al resto del cuerpo social, totalmente convencido de que vivimos en un país podrido, en donde hay que ir sorteando charcos y estercoleros, y en donde lleva tiempo funcionando lo de "sálvese quien pueda".
Menos mal que en mi barrio –San Juan, en Madrid, final de la calle Narváez– hay verbena, y puede uno relajarse. Antes de la perorata he salido a darme una vuelta, me he tomado un enorme helado en Siena, y he rebajado la tensión y el hartazgo. Eso sí, esta entrada no llevará ilustraciones.
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