En dos ocasiones distintas y recientes he vuelto a ver dos de los cuadros más conocidos sobre el Manzanares cuando llegaba el verano, los dos con referencia al medio siglo del XVII, es decir a los mismos años en los que Quevedo compuso uno de sus romances para describir el río, "cuando concurren en el verano a bañarse en él". Uno de ellos atribuido a Félix Castello ha reaparecido en una de las salas del flamante Museo de la Historia de Madrid; el otro en la sala madrileña de la exposición Abelló (en el viejo Palacio de Comunicaciones, de Madrid).
Quien se pare a husmear en cualquiera de esos cuadros descubrirá mil regocijados detalles de lo que allí ocurre; puede hacerlo al tiempo que lee el romance de Quevedo, que escribió otros sobre el mismo tema, llenos de aciertos, porque la verdad es que este final resulta algo más peculiar. En el frío y lúgubre convento, con una prisión sin duda atenuada, el viejo escritor madrileño recuerda las escenas cálidas y animadas a orillas del Manzanares. La lectura del romance y la reflexión sobre las circunstancias dan para mucho, pues la datación interna (dice que lleva tres años preso) del romance lo sitúa entre 162-1643, poco antes de su liberación, que obtiene el escritor, cansado y envejecido, para sortear a la muerte durante un par de años (muere en setiembre de 1645). Como si destierro, prisión, vejez... no pudieran vencer su natural vitalidad, que se recrea con las imágenes veraniegas de la gente divirtiéndose en el sotillo del Manzanares.
Vista del Manzanares en la fiesta de San JUan (colección Abelló) |
Describe el río Manzanares cuando
concurren en el verano a bañarse en él
Preso en el convento de León, poco antes
de su libertad, escribió este romance 95
Llorando está Manzanares
al instante que lo digo
por los ojos de su puente
pocas hebras hilo a hilo,
cuando por ojos de agujas
pudidera enhebrar lo mismo
como arroyo vergonzante,
vocablo sin ejercicio.
Más agua tra en un jarro
cualquier cuartillo de vino
de la taberna que lleva
con todo su argamandijo.
Pide a la Fuente del Ángel
como en el infierno el rico
que con una gota de agua
a su rescoldo dé alivio.
No llueve Dios sobre cosa
suya, a lo que yo colijo,
pues que de calientes queman
las migas de su molino.
En verano es un guiñapo,
hecho pedazos y añicos;
y con remiendos de arena
arroyuelo capuchino;
florida toda la margen
de jamugas y borricos
de damas, que con carpetas
hacen estrado el pollino.
Al revés de los gotosos
ya no se mueve estantío,
pues de no gota es el mal
de que le vemos tullido.
No alcanza a la sed el agua
en su madre a los estíos,
que facistol de chicharras
es la solfa de lo frito,
pues no aprende lo aguanoso
de tan húmedos resquicios,
no saldrá de puro rudo
en su vida de Charquillos.
Suenan tragos y bocados
entre matracas y silbos
y llevan el contrapunto
las gormonas y zollipos.
Con poco temor de dios
los mondongos, por lo limpio,
pretenden para las pruebas
el ser actos positivos.
Por haber faltado el ante
con las levas que se ha visto,
todas las meriendas llevan
sus coletos de pepinos.
Los más en los salpicones
de carrera dan de hocicos,
en diciplinas de el sorbo
son abrojos los chorizos.
En camisa, por ir presto,
van no pocos palominos
y sin marta algunos pollos
ya de ser suyos ahìtos.
Rábanos y queso y bota
en la gente del gordillo
dan más trabajo al gaznate
que copones cristalinos.
Agora se está una dueña
desnudando el ab initio
haciéndoles en crecientes
que es el Jordán a sus siglos.
Yo le considero aquí
muy poblado de bullicio,
coche allá, coche acullá
y metido a porquerizo.
Tres carrozas de tusonas
perdiendo van los estribos
con pecosas y bermejas,
nariz chata y ojos vizcos.
Aguardando están la noche
un potroso y un podrido
para sacar a volar
uno parches y otro el lío.
Una doncella que sabe
que se le ahoga su virgo
en poca agua le salpica
escarbándola a pellizcos.
Aun en carnes una flaca
es el miércoles corvillo;
una gorda, el carnaval
con mazas del entresijo.
Dos piaras de fregonas
renuevan el adanismo
compitiendo sus perniles
los blasones del tocino.
Dos estudiantes sarnosos
más granados que los trigos
con Manzanares se muestran
si no clementes beninos.
El barben y los bigotes
se enfalda un jurisperito,
por no sacarlos después
con cazcarrias en racimo.
Una vieja con enaguas
va salpicada de hechizos
con dos pocilgas por ojos,
por espinazo un rastillo;
por piernas un tenedor
y por copete un erizo,
por tetas unas bizazas
y por cara el anticristo.
Una fea amortajada
en su sábana de lino
a lo difunto se muestra
marimanta de los niños.
Con azadones y espuertas
son gabachos y coritos
sepultureros del agua
en telarañas de vidro.
Con sus capas en los hombros
y en piernas algunos mizos
pescan de los nadadores
en la orilla los vestidos.
En redrojos de rocines
entre caballeros finos,
con sombreros de color
andan hidalgos postizos,
prebendados en sus mulas,
galameros del atisbo,
echan el ojo tan largo
galosmeando descuidos.
Anda en menudos pilato,
repartido en cuatro o cinco
alguaciles, que avizoran
pendencias y desafios.
Un medico de rebozo
va tomando por escrito
los nombres de los que cenan
fiambrera y beben frío.
Acuérdome que ha tres años
que dejó de ser narciso,
por falta de agua en que verse,
la zagala por quien vivo.
En el ampo de la nieve
dos orientes encendidos,
portento de yelo y fuego
non plus ultra de lo linfo.
Sobredorada su frente
con las minas de los indios;
de las pechugas del sol
las guedejas y los rizos.
De llamas y nieve en paz
era todo su edificio
y el hielo le vi volcán,
el volcán le vi florido.
Con tocarla tomó el agua
cantaridas, note el pío
letor, estando con ella
lo que tomaba este indigno.
Ella gastó todo el charco
en escarpín de un tobillo,
y por subir más arriba,
la corriente daba brincos.
Bailar el agua delante
solo con ella lo he visto,
mas al son de su meneo
los muertos darán respingos.
Mas hoy de lo que en el hay
y de cuanto en él he visto,
sin los cielos de Clarinda
nada apetezco ni envidio.
Arrebócese sus baños
y cálese un papahígo;
y séquese pues le falta
la fuente del paraíso.
Yo considero estas cosas
cuando estoy el susodicho
tres años ha, sobre doce,
entre cadenas y grillos.
Aquí donde es año enero
con remudar apellidos
tan capona primavera
que
no puede abrir un lirio.
A
modo de cachi diablos
me cercan tres cachi ríos:
Órbigo, el Castro y Vernesga,
que son del Duero meninos;
con mujeres en talega,
que calzan por zapatillos
artesas del cordobán
de
los robles de estos riscos.
[Hasta aquí llegó sin pasar adelante,
asegurándolo el mismo orignal, que yo tuve]-
Habría que añadir que el romance es difícil –lo son la mayoría de los romances satíricos de Quevedo–, pues sobre el fondo de un lenguaje figurado y un vocabulario muy abierto, Quevedo ha alcanzado la la madurez de su peculiar estilo, lleno de cabriolas lingüísticas, que suelen necesitar de algún tipo de explicación. Yo me he limitado a realizar una transcripción fonológica simple.
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