Acabo de terminar la primera reseña de papeles sobre China en la colección de manuscritos de la
Biblioteca Nacional de España, que se va a publicar en el próximo número de la revista manuscrit.cao. Recogerá los que se encuentran en el segmento I-3000; calculo que habrá media docena de entregas, que ahora andan en fichas y borradores. Lleva estas páginas iniciales, aunque allí algo más cargadas de referencias técnicas y eruditas.
La catalogación se ha hecho siguiendo el orden numérico, que lo es también del
inventario, con descripción sucinta que permita abordar el manuscrito
con los datos mínimos. Cuando se trata de códices facticios, la breve alusión
general al volumen sigue con las entradas de los items referidos a nuestro
tema, pero no se realiza la descripción total del contenido del manuscrito, que
muchas veces se puede encontrar en los volúmenes del Inventario y que alargaría demasiado la catalogación. Algunas veces asoma alguna aparente imprecisión,
referida al área geográfica –actualmente al sistema de países, estados, etc.– que no coincidía
entonces con lo que ahora es, de manera que “el mar de China” puede contener
información fácilmente de las actuales Camboya, Japón, Filipinas, etc. además
de China, claro. He preferido en estos casos incluir el manuscrito, con
descripciones menos detalladas. Ocurre lo mismo con las rutas y las
evangelizaciones: el visitador jesuita de la época de Felipe II lo era a un
tiempo de China y Japón. Esa extensión conceptual y geográfica hay veces que
abarca nada menos que a “oriental” (como el doble manuscrito de esta primera serie sobre fortificaciones, una de ellas va en ilustración), aunque en la época se solía señalar si se trataba de las indias
orientales u occidentales.
Algunos textos están en portugués, pues a partir de 1580 (y hasta 1645) Portugal se incorpora a la Monarquía Hispánica y entonces se resuelve el viejo litigio de interpretar la bula papal, que solventó Carlos V con dejación, y que ahora –es un temor que alguna vez he leído– frenó la espléndida floración de literatura geográfica en portugués.
Otros muchos textos están todavía en latín, por razones ecuménicas derivadas de la evangelización; y, aun hemos de avisar de la excepcionalidad de los preciosos textos en francés, que contienen el original de viajes y descubrimientos que datan de los primeros borbones españoles, es decir, a partir de 1700, aunque en realidad el manuscrito al que aludo va de 1697 a 1612, y termina con Brasil y Canadá.
Otros muchos textos están todavía en latín, por razones ecuménicas derivadas de la evangelización; y, aun hemos de avisar de la excepcionalidad de los preciosos textos en francés, que contienen el original de viajes y descubrimientos que datan de los primeros borbones españoles, es decir, a partir de 1700, aunque en realidad el manuscrito al que aludo va de 1697 a 1612, y termina con Brasil y Canadá.
El
único criterio unificador, como bien se ve, es su cualidad de manuscrito de la Biblioteca
Nacional de España con referencia a China.
No
se han recogido las referencias, huelga decirlo, a libros generales de
geografía o historia, y conviene subrayarlo, ya que la cronología y la
geografía fueron dos muy importantes disciplinas cuyo auge en el siglo XVI
produjo gran cantidad de trabajos; me refiero a textos –por citar los de esta
serie– como los del Ms. 625 Sumarios de la Historia del Mundo de Lope García de Salazar, de finales del s.
XV; o la Historia del Mundo de Sancho
Busto de Villegas (ms. 636), de la
segunda mitad del s. XVI); o la Chronología
universal de Jerónimo de Martel (ms.
639) de 1598, ni las escritas en latín u otras lenguas. La dispersión es enorme en este campo.
El
universo de las Indias orientales tenía como uno de los puntos de referencia
“La China”, como se decía entonces, en “los acabos del mundo” (Bernardo de Balbuena), es decir, lo que no se había visto nunca y no se
sabía la profundidad geográfica real que podría tener. Esa sensación de vértigo
geográfico es la que uno más admira cuando lee los viejos textos, porque era el
resorte que impulsaba a evangelizadores, descubridores y aventureros; y en la
frase anterior se ensartan los tres motivos –no siempre bien diferenciados– que
llevaban a esas arriesgadas navegaciones hacia donde el mundo no parecía
terminar.
Es fácil descubrir el impulso evangelizador detrás de la formidable organización, por ejemplo, de los jesuitas; la idea de conquista, con rumor político y patriótico, alienta en otros muchos textos, como la pátina noble de una recién estrenada conciencia nacional –la Monarquía Hispánica–, que de ese modo se reafirmaba. Con aventureros he querido señalar el impulso de los que buscaban riqueza y poder, los que huían de sí mismo o de sus circunstancias. Bien sé que todas esas cosas podrían conjugarse en cada uno de los descubridores, desde luego, y que solo al leer despacio lo que nos quisieron transmitir o lo que hicieron podremos intentar comprender lo que les llevó, ahora, a La China.
Las noticias sobre ese inmenso territorio en la edad Moderna se van acrecentando según avanza el siglo, como observará quien consulte esta sarta de manuscritos, y alcanzan un primer momento de intensidad y frecuencia durante el largo reinado de Felipe II, quien gustaba –en uno de los manuscritos– que le leyeran cosas de aquel lejano país mientras convalecía. Es curioso: también gustaba que le cantaran romances mientras comía. De esa popularidad saltó a las tablas de la comedia nueva y a los destellos poéticos, lo que también es capítulo aparte. Las noticias podían ser tan superficiales como las que enhebraba en uno de los manuscritos listados en mi trabajo su cronista mayor Juan López de Velasco (sí, el expurgador del Lazarillo), que nunca estuvo allí y que, por tanto, contaba lo que le contaban, desde atalaya privilegiada. Tampoco estuvieron en Oriente nunca ni Escalante ni Mendoza, ni Pedro Mártir de Anglería estuvo nunca en las Indias; es, como se ve, una práctica frecuente.
Es fácil descubrir el impulso evangelizador detrás de la formidable organización, por ejemplo, de los jesuitas; la idea de conquista, con rumor político y patriótico, alienta en otros muchos textos, como la pátina noble de una recién estrenada conciencia nacional –la Monarquía Hispánica–, que de ese modo se reafirmaba. Con aventureros he querido señalar el impulso de los que buscaban riqueza y poder, los que huían de sí mismo o de sus circunstancias. Bien sé que todas esas cosas podrían conjugarse en cada uno de los descubridores, desde luego, y que solo al leer despacio lo que nos quisieron transmitir o lo que hicieron podremos intentar comprender lo que les llevó, ahora, a La China.
Las noticias sobre ese inmenso territorio en la edad Moderna se van acrecentando según avanza el siglo, como observará quien consulte esta sarta de manuscritos, y alcanzan un primer momento de intensidad y frecuencia durante el largo reinado de Felipe II, quien gustaba –en uno de los manuscritos– que le leyeran cosas de aquel lejano país mientras convalecía. Es curioso: también gustaba que le cantaran romances mientras comía. De esa popularidad saltó a las tablas de la comedia nueva y a los destellos poéticos, lo que también es capítulo aparte. Las noticias podían ser tan superficiales como las que enhebraba en uno de los manuscritos listados en mi trabajo su cronista mayor Juan López de Velasco (sí, el expurgador del Lazarillo), que nunca estuvo allí y que, por tanto, contaba lo que le contaban, desde atalaya privilegiada. Tampoco estuvieron en Oriente nunca ni Escalante ni Mendoza, ni Pedro Mártir de Anglería estuvo nunca en las Indias; es, como se ve, una práctica frecuente.
Manual de confesores (mandarín / español) de mediados del s. XVIII |
Del otro lado, otros no solo dieron noticia de descubrimientos,
fronteras y navegaciones, llegaron al detalle de contarnos cómo vivían o de
transcribir sus caracteres o de dibujar su vestimenta y sus casas. De hecho hay dos subgéneros diferentes que revisten especial importancia, el de las cartas, a veces semiliterarias (las epístolas) y el de los textos híbridos, escritos tanto en chino como en español (de lo que doy una muestra de 1638, en ambos casos de manuscritos de la BNE). Alguien tendrá, algún día, que estudiarlos con curiosidad, quizá empleando el diccionario chino latino que guarda el ms. 17055 o algún otro de los que se conservan manuscritos también de la BNE.
Es un universo apasionante y difuso, del que extraigo ahora un noticiero menudo, pues la mayoría de los textos andan escondidos en mamotretos facticios o relatos menores, que quisiera poner a disposición de los historiadores e investigadores, quienes de seguro pueden conocer lo que se documenta aquí por otras fuentes. En su mayoría no salen como resultado de búsquedas en catálogos y fondos, desde luego; aunque sí que están, y casi siempre digitalizados, los textos más conocidos. No sale, verbo y gracia, la primera condena del Vaticano a la doctrina de Confucio, al final de siglo XVII, para que esos “pobres chinos” no vivan tan alejados de la verdad; lo que allí pasó se encontrará en los archivos del Vaticano; pero también hay una alusión a la discusión sobre Confucio de los jesuitas con los franceses en fecha cercana y en el precioso relato original de Chancles, que se guarda entre los primeros tres mil manuscritos de la BNE.
Es un universo apasionante y difuso, del que extraigo ahora un noticiero menudo, pues la mayoría de los textos andan escondidos en mamotretos facticios o relatos menores, que quisiera poner a disposición de los historiadores e investigadores, quienes de seguro pueden conocer lo que se documenta aquí por otras fuentes. En su mayoría no salen como resultado de búsquedas en catálogos y fondos, desde luego; aunque sí que están, y casi siempre digitalizados, los textos más conocidos. No sale, verbo y gracia, la primera condena del Vaticano a la doctrina de Confucio, al final de siglo XVII, para que esos “pobres chinos” no vivan tan alejados de la verdad; lo que allí pasó se encontrará en los archivos del Vaticano; pero también hay una alusión a la discusión sobre Confucio de los jesuitas con los franceses en fecha cercana y en el precioso relato original de Chancles, que se guarda entre los primeros tres mil manuscritos de la BNE.
No
se trata, por tanto, de una historia –ni lo intenta– sino de una recopilación
de documentación manuscrita, con alguna ilustración (suelo ilustrar con detalles tan
solo), para no entrar en el otro aspecto riquísimo de estas aventuras: el de la
cartografía, que tiene su propia historia, pero que asoma una y otra vez en la
mano del que escribe sus viajes y experiencias.
Desde
finales de siglo el tema ha crecido para configurar el relato extenso, que se
imprime, es decir, que tiene valor para los lectores y como propaganda. De 1586
es el extenso relato de Juan González de Mendoza, Historia
de las cosas más notables del gran Reyno de la China...., del que hay
reflejos críticos en los manuscritos de la BNE (en el ms. 18190); de 1615 la
obra de Nicolás Trigauet, que se traduce en Sevilla (1621) como Istoria de la China. Por esos años son
abundantes los relatos extensos, tanto manuscritos como impresos y las
traducciones. Al contrario de lo que ocurre con las corrientes literarias, el
tema crece y el interés documental también, hasta alcanzar un rigor y
frecuencia notable, que será moneda corriente a lo largo del s. XVIII y, por
supuesto, para acoger las aventuras –ya internacionales– de los románticos y de
los modernos.
Espero
que mi contribución sea un minúsculo granito más para la historia de China
desde Occidente. Adorno la entrada con unas cuantas de las muestras más golosas.
Viajaré
a China próximamente, claro, aunque –hoy como ayer– las dificultades son extremas y no he conseguido conectar con ninguna institución cultural, universitaria, oficial, etc. que me acoja mínimamente. Será una aventura, como la de los primeros descubridores; pero no sé si voy con ánimo político, evangelizador o de ambición personal. Releo lo que escribo y me apunto a uno de los motivos enunciados, "los que huían de sí mismos o de sus circunstancias", entre las cuales bien podría estar la de huir de la funesta, triste y corrupta trama universitaria española.
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