Asistí la semana pasada a la presentación en "La Central" de Madrid del último número de Insula, sobre poesía actual, encomendado al buen hacer de Ángel Luis Prieto de Paula y Luis Bagué, que abren el número con dos artículos panorámicos, al que siguen otras varias colaboraciones, hasta terminar con una antología de poesía actual.
"El Garito" de La Central se llenó de poetas y durante una hora larga sirvió para difundir ideas sobre la poesía y escuchar versos, pues fueron varios los que recitaron; organizaba y presentaba Arantcha Gómez Sancho, la eficiente editora de la revista. Es natural que el panorama y las lecturas fueran parciales, pues el campo de la poesía actual, invasora, como lo son todas las artes de hoy, no se circunscribe a la poesía escrita, ni siquiera a la que puede proyectarse oralmente, como bien advirtieron los recopiladores y presentadores; pero esa sigue siendo una línea de creación habitual. Y eso es lo que hay que juzgar. De hecho, yo contribuí al número con unas breves páginas que proyectaban la creación poética por uno de los campos más innovadores: el de la red.
La poesía actual de tradición escrita y posible difusión oral (para ser leída, si se quiere, en voz alta) cobró las maneras huidizas que se buscaron las artes ya hace más de cien años –1913 es para mí una fecha emblemática–, una especie de baile con el contenido semántico y con el significado, un quiero y no quiero decir, que intenta atraer la sagacidad y complicidad del lector al mismo tiempo que hurta sus contornos y niega la entrega, de manera que el lector reciba algún tipo de impronta, pero pocas veces ajuste el contenido. Este modo de decir acarrea procedimientos retóricos peculiares, como son el de crear una sintaxis semántica que contraste –por su oscuridad– con la sintaxis aceptada del lenguaje, o con el léxico común, por más que seleccionado en cada caso. Tales maneras aceptan el desarrollo desmesurado de las imágenes –el surrealismo ya es cosa de niños–, aceptan la divagación y se apoyan en el fragmentarismo o se desvían mediante la ironía, que se va a ese universo que el poeta quiere dejar lejos: la biografía, el mundo real, los sentimientos universales, quizá la emoción....
No parece haber encontrado su campo adecuado la poesía actual, al menos como lo han hecho otras artes de la lengua, particularmente las narrativas y las dramáticas, a pesar de sus desvíos y mestizajes. Es curioso como el debate se plantea rigurosamente en niveles teóricos, de lo que pueden dar cuenta las exposiciones de este número, por ejemplo la de Araceli Iravedra. La lógica y la clarividencia de la teoría, sin embargo, no convencen cuando leemos o recibimos los poemas, que han de jugar en otro campo. Es algo sobre lo que no me puedo extender.
No parece haber encontrado su campo adecuado la poesía actual, al menos como lo han hecho otras artes de la lengua, particularmente las narrativas y las dramáticas, a pesar de sus desvíos y mestizajes. Es curioso como el debate se plantea rigurosamente en niveles teóricos, de lo que pueden dar cuenta las exposiciones de este número, por ejemplo la de Araceli Iravedra. La lógica y la clarividencia de la teoría, sin embargo, no convencen cuando leemos o recibimos los poemas, que han de jugar en otro campo. Es algo sobre lo que no me puedo extender.
Yo no sé hasta qué punto los poetas actuales se percatan de esa retórica que les aprisiona y, con mucha frecuencia, los lleva a formar un coro en el que se distinguen rasgos menores también habituales, como el intelectualismo y la pose cultural, la meditación no conclusiva, un modo de existencialismo ecologista, una gesticulación que intenta romper tradiciones de todo tipo –la formal, la de la perspectiva, la temática, la del lector....– y que se agota en un esfuerzo agotador al que, por lo normal, no acompaña el lector, que reconoce el lugar común y se cansa.
Y sin embargo, en este latido constante, en ese esfuerzo por decir, estriba la seña de identidad de la poesía española actual –y de otras muchas, me parece–, laborando inevitablemente en una frontera que no acaba por despejarse; en otras palabras: parece tan necesaria como lo es la creación de quienes se atreven –por vía de mayores rupturas, transgresiones e inventos– a ensayar "poesía" (o lo que sea) de otras maneras.
Varias lecturas terminaron la velada, de alguno de los poetas antologados: Jesús Aguado, Amalia Bautista, Aurora Luque, Vicente Gallego, Jorge Gimeno, Almudena Guzmán....
Tomamos algo y nos despedimos, nos perdimos por las arterias de la Gran Vía, no era cosa de quedarse a medio-cenar en La Central, que ha suprimido el simpático menú de 11 euros para pasarlo a 18 euros, con poco temor de dios y sin percatarse que las gentes de humanidades –y particularmente los poetas– tienen mucha imaginación y poco poder adquisitivo. Nunca comeré en La Central.
También tengo mucha imaginación, así imagino que estoy comendo en La Central...
ResponderEliminarjajajaja
Besitos
Muy interesante la entrada, Pablo, porque expones cómo tú ves el panorama de la poesía española actual.
ResponderEliminarYo no puedo opinar al respecto porque para eso se necesita tener unos conocimientos que no tengo.
Me gustó la frase "ese esfuerzo por decir", creo que resume lo qué es un poeta.
Y una verdadera pena que cierren la revista, aunque yo la desconocía.
Me hubiese gustado mucho haber estado ahí, sin duda.
Bicos.
Hola, Ohma, quizá me he explicado mal: no creo que "Insula" vaya a cerrarse.
EliminarY en cuanto a lo otro, tú tienes una de las mejores virtudes poéticas, la de la intuición, y un público que te escucha, con admiración, lo que es un aliciente continuo: sabes que te leen.
Y al margen: ¡cuánta lluvia en nuestra Galicia! No he podido ir todavía desde el verano. El agua desbordará caminos y habrá convertido en pantanos los valles.
Bicos
Me parece muy plausible todo lo que comentas. Ansiedad de avance que no tiene gran futuro, en mi opinión.
ResponderEliminarHola, Paco, bienvenido. Autoridad de camino recorrido tienes para señalar en este campo.
EliminarAbrazos