Mi chinita
trabaja en una tienda
de la calle
Narvaéz –en Mulaya–
a donde voy de
vez en cuando
para buscar sus
ojos almendrados,
y cuando observo
que coloca perchas,
abre y cierra
cajones, y derrama
su presencia
por todos lados, entro
y hago como que
miro los relojes.
Del corazón a
sus asuntos va,
sin levantar
los ojos, sin distraerse,
en un alarde de
dulzura extraña
que me emociona,
hasta que finalmente
me vuelvo a
casa pensativo y triste
a escuchar los amantes mariposa.
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