Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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domingo, 2 de febrero de 2014

Los "intelos" de Polansky y el rincón de las pasiones

"Vamos a tomarnos una copa de coñac", comentó una de las damas que acababa de asistir, en grupo, al estreno de la última película de Roman Polanski, que el público había consumido calladamente en versión original, asustados por las críticas recientes, todas o casi todas encomiásticas. 
En el anuncio que precede a la proyección, Alex de la Iglesia dice que para una buena película solo hace falta "una chica y un Mercedes", y alguien de su equipo le objeta que no es así, que es "una chica y una pistola". En realidad –aunque sea poligénesis– ya lo había dicho Lope mucho muy más mejor antaño: para una buena obra solo hace falta "dos actores, un tablado y una pasión". En la obra de Polanski solo hay un tablado (el interior de un teatro), dos actores, y un diálogo bastante cargado de referencias culturales, lo que en algún momento la actriz le espeta a su interlocutor que es un "intelo", lo que los subtítulos traducen como "cultureta". El hermoso bulevar parisino de las primeras escenas, invernal y lluvioso, desaparece enseguida para que entremos en el teatro y nos abriguemos y centremos en lo que dentro pasa. Y pasa un diálogo, sobre todo un diálogo, rico, complejo, tortuoso, que el público no acepta fácilmente como esencia única de un arte que se basa, también o sobre todo, en la imagen. La imagen queda reducida al movimiento escénico de los dos protagonistas y a su retablo gestual, es decir, a dos soportes del mismo diálogo.


¿Radicará entonces el interés en lo que se dicen los protagonistas únicos? Se dicen bastantes cosas que giran en torno al sexo, su realización, sus relaciones con el poder, su juego social, sus escondrijos, etc. Como, de modo evidentemente más explícito, en otra película recién estrenada (Nymphomania II, de Lars Von Trier) cuando se pregunta la protagonista (Charlotte Gainsbourg) "¡quién sabe de dónde procede el sexo!", y quién sabe hasta dónde llega, enraíza y compromete. Creo que todos los espectadores –todo el mundo, digamos– puede admitir las raíces universales de ese sentimiento que hubiera podido ser animal, pero que empapa toda nuestra vida, incluyendo la intelectual. A mi modo de ver Polanski no consigue avanzar casi nada en ese universo mágico, por más que lo presente en su parte fronteriza, allí donde confluye con la violencia, la sumisión, el poder, etc. El relato de la película es extremadamente pobre, a veces incluso empobrecido, y todo queda relegado a la presunta tortuosa pasión que afecta al protagonista, que no siempre admitió el lado oscuro de su corazón y de su cuerpo. Es difícil admitir, desde nuestra condición de "intelos" saturados de cultura, el lado oscuro de nuestro cuerpo, allí donde se engalana con las perversiones del intelecto y se lleva de camino al corazón. El final de la otra película que he citado (la II parte de la de Lars Von Trier) es mucho más directo en ese sentido: el anciano virgen mira dentro y admite la existencia de lo que negaban sus palabras, para obrar en consecuencia.


Es posible que la obra de Polansky, que procede de una obra teatral –eso está clarísimo– seduzca a quien sepa irse por los vericuetos de un intelo que vuelve a perderse entre las Venus de todos los tipos (Tiziano, Rubens, Velázquez....) mientras suena la hermosa música de Alexandre Desplat, algo dulzona, pero excelente. Yo, desde luego, no he conseguido entrar en ese juego de pasiones, que a veces me han parecido artificiales y absurdas, por más que haya venido acompañada de reverencias próximas y lejanas (Le monde, Cahiers de Cinema,  etc.)

El cine tiene sus propias reglas y en el caso de algunas salas, directores y películas el espectador sabe lo que se puede encontrar, de manera que quien pagó, como yo, nueve euros para ver este estreno ya sabe que es Polanski. Me extrañó sobremanera que la crítica, por ejemplo la de Carlos Oyero en Babelia del País, discurriera más sobre el total de la obra del cineasta que sobre las características, virtuosas o no, de La Venus de las pieles. Sin embargo, en este caso, el director, que debe de estar de vuelta de casi todo, decidió concentrar sus esfuerzos en una de sus obsesiones, y prescindió del público y de lo demás, con lo que las damas de las filas traseras –que parecían bastante discretas– se fueron a tomar una copa de coñac, que es lo que uno hace cuando no quiere entrar en reproches, ya que la película no está a la altura de las citas pictóricas que se amontonan junto a los créditos.

1 comentario:

  1. Pues excelente idea la de tomarse la copa de coñac, y si francés mejor. Entra pesar al pagar nueve euros y que la película no entusiasme, el cine es caro. En cuanto a la película, que no he visto y que no me llama la atención (la anterior de Polanski, también teatro filmado, fue estupenda pero ésta no la pienso ir a ver), trata el tema del sexo que tanto vende, como el del fútbol o el de la cocina, últimamente. El sexo, necesidad fisiológica natural, no tiene más misterio pero vende muchísimo, está de moda en los últimos años y entontece y absorbe la mente crítica. La suerte es que con el nuevo mundo audiovisual aún se ha engrandecido más - otra vez igual que el fútbol. El fondo de todo es el alma y de ello es más difícil hablar y tratar de hacer películas atractivas y delicadas.

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