Si yo conociera a Gema Baños y tuviera algún predicamento sobre su modo de escribir le comentaría que, ahora que ha conseguido que brote tanta cantidad de poesía, tanta floración, controlara ese universo para ir recogiendo o extremando solo lo mejor, estableciendo las fronteras para que esa inmensa sinestesia no acabe por ahogarla totalmente, al menos al comienzo, cuando ya ha conseguido abrir los versos, que se suceden como una marea que todo lo inunda, cargados de tantas imágenes, señalando tantos caminos, recogiendo en fragmentos, palabras y versos absolutamente todas las posibilidades: mi ansia germina / y escribo y no me atrevo y me fragmento. El derramamiento se acrecienta, si cabe, por esa forma suelta sobre la página y sobre la tradición versal, que remite a otra nueva liberación, que todo lo justifica, y que produce el mismo desamparo que la oferta total a la pasión (no tengo donde esconderme), aunque también la agridulce frustración de la soledad creadora (.... ahí van todos esos hombres / infinitamente más vacíos que tú.) No es tal, en realidad, si uno se detiene –suele ser un signo– sobre los endecasílabos ("endecapétalos") que se aprovechan para centrar, abrir o cerrar los espacios más abiertos, encuentra la mejor poesía:
.... envejeces contigo en la penumbra.
.... la muerte está asombrosamente lejos.
.... yo apuesto doble o nada a la palabra.
Particularmente cuando logra el ritmo y se alía con la sintaxis semántica renovada:
.... en tu barba de luego me refugio
tus sabores cada tanto en la nuca
nuestra vida es ya latido impaciencia....
que es un territorio que cada buen escritor sabe que ha de explorar, pero que no está, curiosamente, al alcance de cualquiera y que suele producir resultados impredecibles. La mayoría de las veces que Gema Baños ensaya ese salto (por ejemplo en "Alas") el resultado es poético: se logra la expresión renovada, aunque se deba tener cuidado con la reiteración de esos hallazgos (por ejemplo con "cada tanto"). Un modo escueto de esta factura: ....pero si lo hago es para tú....
Rothko (Madrid, Tyssen) |
Curiosamente los mejores endecasílabos son versos finales, o arranques o centrales:
.... empieza a desnudarme por arriba: / mis pies están hundidos en el suelo.
todavía no llegan las libélulas....
.... acá donde tu cuello se está bien.
... ahora el centro es el centro imprevisible...
.... varias capas por debajo mis temblores....
rizada y absoluta entre la gente
te acercas a mi vida y la levantas...
.... nunca tus ojos fueron tan süaves. (La diéresis es mía).
Y muchas veces aparecen como refugios en los que se quiere encerrar la conclusión poética: .... no tengo más silencios para darte....
De la misma manera que el verso desciende al heptasílabo para la expresión dinámica de la vehemencia o la pasión (que no paren los cuellos / que no se venza el tigre / que no me llames niebla / que no las partituras que no el tiempo....; poema en el que el flujo rítmico es el contrario y la sujeción –ya se iba a endecasílabos, como en el último verso– termina en libertad (.... que no te pido cosas / y si acaso / haz de mi vientre un hogar accidental).
En muchos lugares la poetisa –lo siento, yo soy de ese sufijo todavía– al mirar alrededor y entregarse ha resuelto no rechazar nada sino, por el contrario, llevar hacia fuera lo que se llama poesía, como en muchas versiones de la creación actual, al menos desde mediados del siglo que se fue, lo que hurga en un mundo imaginario, que se renueva por aquí y por allá (tus ojos me dan patadas....) y que convive con las imágenes ennoblecedoras, en las que predominan la luz y la sombra, una cierta naturaleza (animales, sobre todo: caballos, tigres, camellos, peces, pájaros, ranas, moscas, libélulas, pingüino, gatos....), las imágenes del cuerpo, la de los espacios.... El cuerpo, en concreto, se esparce a lo largo del libro, se entrega a todo lo que le rodea, y asoma en uñas, garganta, brazos, dedos, corazón, párpados, piel, pezones, muslos, axilas, cuello, clavícula, hombros, labios, pupilas, etc. o a través de un despliegue sensorial exquisito, que va de los sabores al tacto (Como un plátano no del todo sabroso....; .... cuando me dejarás morderte el papel....) a las sensaciones animales (déjame tocarte las escamas), en donde predomina la metáfora primitiva y animal de la consumición (devorar, morder, lamer....) y se renueva constantemente en hipálages continuas, sin duda el resultado más frecuente sobre el lenguaje artístico, lo que no es sino otro modo de referirse a la invasión poética, a la marea que no controlan ni los márgenes de las hojas ni los signos de puntuación. El resultado final bien pudiera ser el de la elementalidad desatada, consentida y placentera (muy pronto seremos devorados), que tiene sus poemas (como en "Penúltima cena" o en "Small words for very big things").
Botánico de Buenos Aires |
Bien se ve, por el párrafo anterior que ha aparecido en estas notas, que el universo poético de Gema va de dentro a fuera, que es ella la que invade y que todo el movimiento metáforico (sobre todo sinestesias) que produce ha de interpretarse al contrario: va de la imagen a su mundo interior. Por ahora no se ha atrevido al objetivismo, que le ha de resultar demasiado frío; y aun faltan los enlaces hacia la música, el arte (pintura, dibujo....), la naturaleza real, el mundo urbano, etc. que dialogue o se contraponga a la invasión emocional humana, que resulta arrolladora. ¡Qué camino tan excitante el que le espera!
La verdad es que el libro es un territorio interesantísimo para ver cómo está derivando la poesía de hoy, incluso la de rasgos más persistentes, como los de la fragmentación, el desencanto y la ironía. Para esta última se puede leer el curioso poema "Experiencias pseudomísticas o una otitis monumental", que se balancea, efectivamente entre el placer –con que termina– y el ofrecimiento al lector para que interprete las imágenes excesivas (.... cien gritos como alondras / resbalan de tus manos y me elevo...) sin creérselo demasiado. Ese modo de presentar los estados emocionales asoma constantemente, quizá porque la poetisa –vuelvo a sentirlo, vaya– sabe que va de hipérboles, que es lo que mejor traduce su vida en vilo, y teme caer en Garcilaso. La atenuación se busca en la ironía y en los quiebros hacia registros coloquiales y familiares, aunque a veces asome solo en el título (como en "Complicaciones del parto") y en otras el lector no sepa hacia dónde va la ambigüedad (Te vas / y a tu paso se apagan las farolas....). Por cierto, con ese modo de escribir, el versículo se ofrece como lugar natural (así el primer poema, "Hambres") y la catarata poética sin diques, también:
... sus ojos me están diciendo tantas cosas
que se quedan mis puntos sorprendidos....
Buenos Aires |
En fin, Compañeros del crimen es claramente un libro de los primerizos de muchos quilates, hasta en esa cubierta algo desaforada y en la edición de amigos, con prólogo de "Munir", que no se ha atrevido a ser tan inteligente como es, quizá por el empaque de ese lugar, de la misma manera que la poetisa –ya no lo digo más, que a mí también me empieza a sonar raro– no se ha atrevido a señalar otros puentes poéticos, los que delatan sus versos, y ha oficializado las citas (Bolaño, Valente, Bataille....) Estupendo el arranque del poema de la última de cubierta (Soy la noche que va rompiendo flores / y busca chocolate en la nevera....) Mejor esas flores que las mediocres de Sevilla o que los tufos académicos, y mejor ese chocolate que los cantos de sirena mercantiles, las voces ajenas y otros muchos peligros evidentes que pueden agostar su voz y privar a los lectores de poemas tan logrados como "Hoguera", "Rumor de títeres", "Don del plagio", "Leda"....
No me dan para más estas breves notas con las que me hago cómplice de los crímenes de Gema Baños, para los que he buscado alguna ilustración, y que termina con una flor de verdad, en la que también la madre naturaleza ha mezclado colores.
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